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viernes, 26 de diciembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 28 de diciembre, Fiesta de la Sagrada Familia

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

La profecía del anciano Simeón no le deja lugar a dudas a María de cual va a ser su vida, de lo que le espera, de quien es ese Niño que ellos portan en sus brazos. Y aunque el evangelio no dice nada, es seguro que José lo escuchaba perplejo, esa perplejidad que lo acompañaba desde la revelación del ángel.
Sin embargo volvieron a su casa dispuestos a ser felices, una felicidad que sabían no exenta de dificultades, pero se sabían en las manos del Padre que tenía para ellos un plan perfecto, e iniciaron su vida, la de cualquier familia pobre de aquel tiempo. José como cabeza de familia, una familia en la que uno de sus miembros era el mismo Dios. María, como cualquier mujer judía, llevando el hogar en todos sus aspectos. Jesús creciendo en estatura, gracia y sabiduría ante Dios y los hombres.
Pero una familia, reflejo de todas las familias, donde todos debemos mirar, no por sus miembros sino por su entrega y confianza en el plan que Dios les había marcado desde antes de los tiempos. Y, sobre todo, unidos en el amor.
Ese es el nexo de todas las familias, ese debe ser el nexo de todas las familias, el amor. Pero no un amor ñoño que todo lo permite, sino un amor de verdad, un amor constructivo, educador, engrandecedor de todos y cada uno de sus miembros. Donde son una piña, pero con su individualidad en cada uno.
Por eso, desde siempre, los políticos y los poderosos siempre han querido manipular a la familia, y si no pueden hacerlo, destruirla. Como estamos viendo en estos momentos, tanto desde la derecha como desde la izquierda. Con la familia no pueden, ante ella se estrellan las normas y las leyes. Con ella topan los programas. Es por lo que los políticos quieren su desmiembre, su desaparición, su eliminación. Para ello no dudan, sin los menores escrúpulos, en presentar otros modos de familia que atentan a lo más profundo de su misma naturaleza.
Y es que una familia, normal y corriente, es demasiado fuerte para poder abatirla. En una de mis parroquias anteriores había una familia en la que los tres hijos tenían muy serios problemas de droga. Los padres, buenísimas personas, luchaban como podían. Un día hablando con el padre me dice: .-Si lo se, señor cura, pero no puedo enviar a mi hijo a la cárcel, sabiendo lo que le espera-. Murieron pronto, y tras la muerte del tercero, cuando fui a hacer una oración ante el difunto, el padre me abrazó llorando y me decía: .-Ahora si son mis hijos realmente libres-.
La familia cristiana ha de ser reflejo de la Familia de Nazaret. No en sus miembros porque es imposible, pero si en su entrega y su confianza en el plan de Dios. Familias orantes, pero de una oración que sea reflejo de un estilo de vida como Cristo lo marcó, desde el espíritu de las bienaventuranzas. Educadora pero no conductora de sus miembros, que actúen en libertad, pero conociendo la verdadera libertad. Apoyadora de sus miembros, pero no condescendiente con los errores. Comprensiva pero no indiferente, especialmente cuando alguno, o algunos de sus miembros quiere minar los valores que la sostienen. La familia cristiana es una familia luchadora y solidaria, sin que haya una injusticia que le sea indiferente, sin que haya un sufrimiento que no le duela. La familia cristiana no se deja manipular por las corrientes de moda. Tiene un criterio, el de José que renuncia a ser él para que Cristo sea totalmente, el de María, cuyo corazón es un estuche para guardar las gracias que surgen de su Hijo Jesús.

Santiago Rodrigo Ruiz

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