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miércoles, 24 de diciembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del 25 de Diciembre, Natividad del Señor

NATIVIDAD DEL SEÑOR

Cuando veo todo lo que se monta para estas fechas; adornos, conciertos, parafernalia, misas solemnísimas, etc., y no quiero decir que esto esté mal. Porque no me refiero al consumo alocado, a la paganización de este evento, ni a la frivolización de este acontecimiento que recordamos. Pienso en qué tendrá que ver con lo que aconteció en aquel Belén de hace más de dos mil años.
Porque allí lo que sucedió fue algo muy distinto. Porque en aquel rincón de Belén el Creador y Señor del cielo y de la tierra se abaja para redimir al hombre desde su mismo barro, se hace criatura para que las criaturas puedan mirar a su Señor cara a cara, puedan hablar con él con sus mismas palabras, ya que el que ha nacido es la Palabra de Dios, la comunicación de Dios hacia nosotros.
Es el abrazo más perfecto que se pueden dar el cielo y la tierra. Este pequeño punto, casi imperceptible, se convierte en el centro del cosmos. No porque sea el mayor, ni el eje, sino porque su autor, su Señor, duerme en un pesebre.
Fue una bellísima idea la de San Francisco de Asís el representar de una forma plástica el nacimiento de Cristo. Es una hermosa y recomendable costumbre el hacer los belenes en cada casa, en cada sitio. Ver la humanidad de Jesús de una forma enternecedora y recrear aquel momento. Pero sería un gran error el llegar a pensar que en esa escena se ve todo.
Porque en la humanidad de ese niñito, ese que acurruca su madre María, ese que los pastores adoran, ese al que cantan los ángeles y al que le traen ofrendas los magos, ese que nos hemos acostumbrado a ver desnudito. Ese es el Señor de lo creado, ese es nuestro redentor, ese es el que quiere abrirnos las puertas de su eternidad, porque él es eterno, ese nos va a arrancar de las garras del pecado, va a eliminar el poder de la muerte. En la fragilidad de ese pesebre se concentra todo el poder de la divinidad.
Por eso esa noche es santa. Por eso los ángeles, supongo que desconcertados, alaban y cantan a su Señor. Claman a todo el universo el acontecimiento, pero nos recuerdan que ese corazón está desposeído de todo poder material, porque lo ve como un freno, y sólo desde la pobreza se encuentra a este Dios que nos ha nacido. Desde el desprendimiento de lo material que embrutece, se ve lo más profundo desalma del hermano, como lo ve Cristo que asume esa pobreza en toda su radicalidad, para que la fraternidad con nosotros sea total.
Por eso cuando celebremos la fiesta, hagámoslo bien, no hay mejor ocasión. Pero no desde ese consumo absurdo que divide y separa, sino desde la alegría del que comparte aquellos dones que Dios nos regala. Cantemos y gocemos, pero no desde el peso de nuestras tripas, que no son capaces de digerir tantas viandas, sino desde la alegría de quien acoge al hermano, de quien sabe que sólo si compartes con el necesitado la comida es realmente sabrosa, porque tiene el mejor de los aliños, el del auténtico amor.
Celebremos la fiesta, la Iglesia celebra la fiesta del nacimiento de Cristo, pero con el gozo de quien no se engaña al ver el Belén, sino de quien sabe que es un abrazo, un abrazo de un Dios que se hace hombre, y desde ese momento la humanidad sabe a Divinidad. El hombre acaba de recuperar su cercanía con Dios, aquella que perdió en el primer pecado. El hombre ha recuperado esa intimidad que le permitía pasear con Dios al caer de la tarde. Porque en ese pesebre se está estrenando toda la creación.

Santiago Rodrigo Ruiz

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