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jueves, 11 de diciembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 14 de diciembre, Tercer Domingo de Adviento

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

Los profetas siempre anunciaron la llegada del Mesías, como vendría cambiando todos los valores, trocando un mundo triste y violento en un mundo en paz. Cómo llegará ese mundo nuevo es algo que los profetas no concretan, pero si dicen que será un mundo nuevo y diferente, será el tiempo de Dios.
Juan por su parte afirma que el Mesías ya ha llegado, que el Reino de Dios es una realidad entre nosotros, que no tenemos que esperar, que el cielo nuevo y la tierra nueva se han implantado entre nosotros, que es una realidad que nos envuelve. Aunque sólo podremos verla si miramos con los ojos de Dios, con los valores de Dios.
Vivimos un tiempo difícil en el que no es claro ver ese cielo y esa tierra nueva. La crisis le ha arrancado de las manos a mucha gente algo que pensaban era suyo de un modo irrenunciable.
Una gran masa de gente a la que se le ha quitado el consumo al que se estaban acostumbrando. Buenas casas, coches, vacaciones caras, restaurantes, ropas nuevas constantemente… Y esto se ha trocado en paro, hipotecas impagadas, casas embargadas, carencias y hambre en muchos casos. Tener que pasar del consumo a la caridad ajena. Una realidad en la que más de la mitad de los niños carece de lo elemental, incluso en alimentación. Situaciones en que no se sabe si el techo que me acoge hoy estará mañana. Jóvenes que miran el futuro casi con desesperación, en el que no ven lo que han tenido y en el que se tienen que conformar con una subsistencia más o menos digna.
Es en este momento en el que más se impone un mensaje de esperanza, en el que se necesita ese mundo nuevo. Un mundo distinto en el que el dinero no sea el dueño, en el que el consumo no sea el motor que lo mueva.
Un mundo nuevo en el que la solidaridad sea la que controle la economía, la solidaridad que posibilite que a nadie le falten unos medios necesarios para una vida en dignidad. Una solidaridad en la que los bienes de la tierra, esos bienes suficientes en cantidad, alcancen para expulsar el hambre.
Un mundo nuevo en el que la comprensión y el diálogo sean los conductores en la convivencia. Donde las ideas diferentes sólo sean matices enriquecedores en la construcción de la convivencia diaria.
Un mundo en el que el sufrimiento y el dolor nunca sólo sean causados por las circunstancias que superan las posibilidades humanas. Pero nunca por el odio, el rencor o la violencia que provocan la ambición el deseo de dominar al hermano, nunca sea por el deseo de hacer del hermano un objeto para el beneficio de unos pocos que dominen.
Si queremos hay motivos de sobra para la alegría, como dice S. Pablo en la lectura de este domingo. Sólo tenemos que dejarnos de invadir por el Dios de la paz, que expulse todo tipo de maldad y nos llene de su paz.
Con Cristo llega el reino de la luz. Una luz que ilumine nuestro caminar, que elimine todo tipo de sombras, esas sombras que se oponen a nuestra alegría. Con Cristo llega ese mundo en el que todos podemos, si queremos, trocar en gozo el sufrimiento que atenaza hoy al género humano. Porque estamos en Adviento, esa esperanza, esa preparación al mundo de Dios. Para que seamos más personas, más grandes, más capaces de refundar esta sociedad con las directrices de ese Dios que nunca nos ha dejado solos.

Santiago Rodrigo Ruiz

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