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jueves, 18 de diciembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 21 de diciembre, Cuarto Domingo de Adviento

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

Ya a las puertas de la Navidad la Palabra de Dios se va concretando. Dios quiere estar entre nosotros, ser parte de su pueblo. Y se nos ponen delante dos posturas muy distintas.
David, que se siente todopoderoso, quiere construir un gran templo donde encerrar a Dios, ese lugar al que han de ir todos los que quieran hablar o tener relación con Dios. Pero Él se niega. Le hace ver a David que todo se lo debe, que de un simple pastor lo ha convertido en rey. A Él no se le puede encerrar entre cuatro paredes, su lugar es la totalidad del universo, su lugar es el corazón de todos los hombres, que lo necesitan, que precisan de hablar con Él, de sentir el amor y la cercanía de su Dios.
Por otro lado María. Recibe el mensaje de que Dios la ha elegido desde siempre, desde antes de los tiempos, para ser su Madre, para que el Divino Verbo pusiera su tienda entre nosotros. Ella se asusta, no entiende nada. Desde pequeña le han enseñado que Dios es infinito, que no se le puede abarcar, que cualquier cosa, por muy grande que sea, es infinitamente pequeña comparada con Él. Por eso se desconcierta cuando ese ángel le dice que va a ser la Madre del mismo Dios. Que el Hacedor del cielo y de la tierra va a tomar carne en su seno, que va a ser parte de ella misma. No lo entiende, tanta grandeza la desconcierta y hace lo único que sabe hacer en ese momento, fiarse de Dios y dice “SI”. Sin ser consciente de que ese si suyo cambiaban los tiempos y la historia. Tiempos e historia que van a girar alrededor del fruto de sus entrañas.
Y comienza el milagro, de la debilidad y la pobreza de una jovencita, de la “sierva” del Señor, del sentimiento de esta que se siente la más pequeña de las criaturas, Dios culmina su obra redentora, y hace su entrada en el mundo, un hombre entre los hombres, partiendo del si de una jovencita asustada y desconcertada, de la fe ilimitada de una muchacha que pone en sus manos toda su existencia.
Sin embargo esta llamada no se da una sola vez en la Historia. Se da en los corazones de todos los hombres de los tiempos. Dios sigue llamado para poder encarnarse en nosotros. Ser uno con nosotros, uno de nosotros, que le demos un espacio en nuestra vida, para que pueda comenzar en nosotros la realidad de la vida eterna.
Pero una y otra vez no le dejamos ser Dios, queremos que esté ahí, pero a nuestra manera, domesticado, encerrado en las cuatro paredes del templo. Sin influir en nuestro vivir cotidiano. Como David le queremos hacer un templo maravilloso. Un templo de oraciones, de rezos y devociones, un templo cerrado, muy cerrado, para que Dios no nos moleste, no se inmiscuya en nuestro vivir cotidiano. El dios del cielo, pero que no sea un Dios-con-nosotros, porque entonces tendremos que adecuarnos a su norma, a su ley del amor. Será el que marque nuestro vivir diario para que lo hagamos en un constante amar, un constante perdonar, un constante tener el corazón abierto al hermano.
Tenemos que ser conscientes de que cuando María le dice si a Dios, porque es su esclava. María se pone muy por encima de todas las criaturas de Dios. Ese ser la esclava del Señor, la eleva por encima de todas las potestades del cielo y de la tierra. Y que al mismo tiempo nos marca ese camino a nosotros para hacernos ver que sólo así seremos realmente grandes.

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