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viernes, 8 de agosto de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 10 de agosto

DECIMONOVENO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que habíamos tenido una tarde muy agitada, terminamos tarde y uno del grupo insistió que fuésemos a casa de su abuela para que nos preparase sopa de ajo. No queríamos meter a la mujer en ese lío pero el otro insistió. Llegamos y al muy poco estábamos dándole cuenta a unos buenos platos de una sopa de ajo prodigiosa. Cuando se lo dijimos nos dijo con una sonrisa: .-Sólo tienen agua, pimentón, aceite, pan y ajos. Y mucho cariño para que las cosas sencillas sepan a gloria-.
Dios casi le toma el pelo a Elías, no se le manifiesta en momentos grandiosos, sino en la sencillez de la brisa. Pero primero lo había confesado de tal modo que la reina Jezabel lo persigue para matarlo, y en esa persecución Dios se le manifiesta en la suavidad de una brisa, pero Elías lo reconoce y sale a su encuentro.
A Pedro le pasa casi lo mismo, ha sido testigo de un acontecimiento prodigioso, se han marchado y Cristo llega a ellos, sencillamente, andando sobre el agua. Pedro quiere ponerse a su altura pero fracasa y Jesús lo saca de ese apuro.
Para nosotros es casi una catequesis bautismal. Aparecen el mundo de la santidad y el mundo del pecado, la frontera que los separa es el agua. Jesús no puede ser manchado por el mal de ninguna manera y anda sobre el agua. Pero Pedro si se deja manchar por el miedo y la desconfianza, aunque tiene a Cristo delante de él andando sobre el agua. Y es el Señor el que lo tiene que agarrar con fuerza para sacarlo de esa situación.
Es la realidad personal de cada uno de nosotros. Nacemos manchados por el pecado, hundidos en ese mar oscuro. Pero en nuestro bautismo Cristo nos agarra con fuerza y, como a Pedro, nos saca de esas aguas de muerte para ponernos en la superficie de la vida.
Sin embargo nuestra vida suele ser ese constante hundirnos en el pecado y ese constante sacarnos de él por el Sacramento de la Penitencia, esa constante mano tendida de Dios para que no nos quedemos sumergidos en ese mundo sin vida ni esperanza que es el pecado.
Vamos a ir siempre en ese mar tempestuoso que es la vida, junto a nosotros va a ir la barca de Pedro, la Iglesia, que aunque zarandeada por las circunstancias de la vida y por el mismo pecado que, una y otra vez, se mete en ella, es un barco seguro.
Estar en ella no es quedarnos exentos de los avatares de la vida, es vivir estos avatares con la seguridad que en el momento crítico siempre vamos a encontrar la mano tendida de Cristo, esa mano fuerte y poderosa que no doblega el mal, que siempre vence y que siempre nos va a elevar para llevarnos a puerto seguro.
En nosotros sólo nos queda, como Pedro, gritar ¡Señor que me hundo! Para ver esa mano tendida. Es cierto que pueden aparecer manos engañosas para hundirnos más y más, pero también es cierto que la mano de Cristo es distinta, porque en ella está la señal de los clavos, la señal del amor.
Podemos sentirnos en muchos momentos abrumados por el peso de la vida, podemos pensar que nos aplasta, pero siempre está esa mano que nos levanta, que nos alza sobre nosotros mismos. Es la mano que nos lleva por el camino de la esperanza, por el camino de la vida, para junto con Cristo poder andar sobre el mar del pecado sin que este nos destruya.


Santiago Rodrigo Ruiz

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