SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
La Asunción de la Virgen María es eso, pasar de una simple mortal a la gloria definitiva en el cielo, a ese futuro que Dios ha preparado para todos, a vivir en la presencia de Dios, a gozar de la gloria eterna y de esa vida ilimitada para la que fuimos creados.
Pero María no pasa por el sepulcro, María asume esa realidad gloriosa en el mismo instante de su muerte. Asume, es asunta en cuerpo y alma sin conocer ni la corrupción ni el sepulcro. Ella, mortal como nosotros, goza de modo anticipado el fin para que el que Dios nos llamó desde el principio de los tiempos.
Y esa asunción es también nuestro futuro, aunque tengamos que pasar por el sepulcro y la corrupción, ya que el pecado si ha hecho morada en nosotros, ya que hemos sido manchados y roto en muchas ocasiones la relación amorosa que Dios quiere con nosotros.
María asunta al cielo es senda en la que fijarnos, referencia para tenerla muy grabada en lo más profundo de nuestro ser, sabiendo que en ese camino de perfección, al que Dios nos invita, no lo vamos a andar solos.
Contamos con la constante intercesión de la Bienaventurada Virgen María, que es Madre, que tiene entrañas de Madre y que, como todas las madres, quiere a sus hijos con ella. Aprendiendo de su docilidad al Espíritu Santo, que se hizo templo en su corazón. Aprendiendo de su amor a los hermanos, sintiendo, como ella, el sufrimiento del desvalido como propio y luchando contra el sufrimiento injusto de tantos y tantos que son víctimas del egoísmo y la intransigencia. Aprendiendo de su silencio clamoroso, de quien guardaba las Palabras de su Hijo en el corazón y las hacía suyas, para no desviarse ni un milímetro de la senda que el Hacedor le había trazado. Aprendiendo de quien comparte el ser y el vivir nuestro, como en las bodas de Canaán, como en el calvario al pie de la cruz.
Este camino no lo andamos solos, esta asunción a la gloria que Dios quiere para nosotros lo hace desde su misericordia, desde su esperar siempre lo mejor posible de nosotros.
Ese camino que se inició el día de nuestro bautismo y que ha de completarse cuando participemos plenamente del bautismo de Cristo. Y no debemos esperar demasiado, porque ya participamos de su gloria cada vez que nos acercamos a participar de la Eucaristía. Cada vez que comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre participamos de la gloria de los bienaventurados, ya que es a lo máximo a lo que podemos aspirar.
María, asunta en el cielo, donde hay un corazón humano, un corazón de madre que late al mismo tiempo que el nuestro. Un corazón humano que sabe de nuestros sufrimientos y alegrías y que cada instante los pone ante el trono de la Trinidad Santa, donde el amor tiene su fuente.
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