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viernes, 15 de agosto de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 17 de agosto

VIGÉSIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que hablábamos del cielo y del infierno de una forma un poco acalorada. Entonces hice referencia al chiste del genial Mingote, en el que se veía dos señoras muy de velo y misal, una le decía a la otra: “Al cielo, lo que se dice al cielo, vamos a ir los de siempre”. A lo que una señora del grupo me contestó: .-Pues claro que sí, eso podía faltar, que esté una toda la vida comportándose como Dios manda, para que luego se emparejen los centenos. Venga ya-.
Jesús somete a la mujer cananea a una gran tensión, pero ella aguanta y va respondiendo a Jesús con inteligencia hasta que se realiza el milagro. Supongo que en la primera parte del diálogo los judíos asentirían muy satisfechos, ya que ellos son los llamados a la eternidad y a vivir la promesa de Dios en exclusiva, pero se quedarían muy frustrados con el final de la discusión y el milagro de Jesús, que les decía que Dios es salvación para todos, Dios es vida y salud para todos, nadie lo tiene en exclusiva, sólo se pide la fe.
La respuesta de Jesús hace que nos planteemos el significado del nombre de “católicos”, es decir universales, sin fronteras ni límites, sin razas exclusivas, sin culturas concretas.
Pero por otro lado está también el tesón de la mujer que no se rinde, quiere que su hija se vea libre de ese mal que la atenaza, lucha por acabar con el dolor de su hija, y si para eso ha de plantarle cara al mismo Dios lo hace. No pide que se la ponga en el grupo de los elegidos, quiere ese gesto que vuelva la alegría y la paz a su hija. Ella cree que Jesús puede hacerlo y que no mirará quien es, sino su dolor. Por eso insiste y va poniendo su fe al descubierto.
Esto me hace recordar el tesón de los mártires. Constantes en el sufrimiento, y cuanto más agudos son los dolores, más se afirman en su fe. Podían haber terminado con ese sufrimiento, simplemente con renunciar a su fe en Cristo, apostatar. Pero ellos sentían, como eso que les quitaban valía menos que su fe, que sus principios, que renunciar les habría quitado el sentido de su existencia. Y se mantuvieron firmes en su fidelidad a Cristo, y en esa fidelidad encontraron aquello que tenían seguro, la gloria eterna.
Vivimos tempos en los que los cristianos, los que frecuentamos la Iglesia, los que podemos sentirnos dentro del “grupo de Dios”, cedemos con mucha, con muchísima facilidad ante cualquier tensión o ante cualquier problema. Falta esa fidelidad, esa valentía de manifestar de forma pública y explícita nuestra fe en Cristo, nuestra alegría de pertenecer a la Iglesia Católica. Nos falta el coraje para afrontar ese martirio, que si no es cruento, si es sociológico. De que nos digan que estamos fuera de los tiempos, que eso son cosas pasadas, que Cristo y su Iglesia ya nos tienen sentido.
Nos falta la constancia, el tesón de la mujer cananea para confesar que Dios es la felicidad plena, que él cuenta con nosotros y con ellos para hacer un mundo mejor, que la felicidad verdadera no puede ofrecértelos esta sociedad de gozos pasajeros. Demostrarlo con un estilo de vida distinto
Constancia y tesón, pues todos estamos invitados a la mesa, nadie debe coger las migajas del suelo, todos como hermanos. Y esto confesarlo con la valentía de quien se sabe con Cristo y la luz de su Espíritu, esa compañía, esa fuerza que nunca nos deja y que siempre nos empuja hacia Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz

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