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viernes, 1 de agosto de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 3 de agosto

DECIMOOCTAVO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, en una de mis anteriores parroquias, hubo que acoger a un grupo de personas de un “circo” ambulante. Los pasamos al centro parroquial. Mi frigorífico y mi despensa, como casi siempre, estaban más bien vacíos. Saqué lo que había y me puse a preparar una cena escasa. En esto que llegó una vecina con comida, al poco otra con cosas y así hasta darles a aquella gente una magnífica cena. De este modo fueron las cosas los días que estuvieron hasta que se les solucionó el problema y siguieron su camino.
Aquella noche, viendo como crecía la comida en la mesa, hasta tal punto que aquella gente, que venía hambrienta y sintiendo a los niños jugar y reír, pensaba como Dios multiplica los panes y los peces, utilizando para ello corazones generosos y dispuestos a compartir.
La narración del milagro de este domingo es sin duda una catequesis eucarística. Cristo no se agota, es alimento para todos y en todos los tiempos. El pan Eucarístico, es decir, Cristo en la totalidad de su persona, con su cuerpo, su humanidad y su divinidad, es y será alimento eterno en el caminar de todos los hombres hacia la patria eterna. Es fuerza y valor ante los avatares de la vida que impiden este camino. Es el medio perfecto para la construcción del Reino de Dios entre nosotros.
Pero también nos debe golpear con fuerza la frase “Dadles vosotros de comer”. El milagro se inicia cuando ellos ponen en las manos de Jesús todo lo que tenían, y aunque parecía poquito hubo para todos y aún sobró.
Tenemos en nuestras manos el mayor y más maravilloso de los instrumentos; la Caridad. Ella lo posibilita todo, hace que crezcan los alimentos, que el almacén de Cáritas, cada mes vacío, se llene de nuevo para que a nadie le falte al mes siguiente el alimento para sí y los suyos.
La Caridad hace que la gente deje sus comodidades y sienta como propio el dolor del hermano, que sienta como propio el problema del parado, especialmente el de tan larga duración. El dolor del niño que carece hasta de lo más elemental. Del joven al que la droga ha deshumanizado. De aquel al que el Sida no le daba esperanza y la ha encontrado.
La Caridad que nos quita la paz cómoda de nuestras casas y hace que nuestra conciencia se sensibilice y tienda las manos al hermano sufriente, que nuestros ojos vean el dolor del otro, que no se conforme con la injusticia, que se rebele ante un mundo que no se parece al querido por Dios, desde el principio de los tiempos.
En este momento volvemos al principio. Todo este hacer y este sentir necesita fuerzas, un alimento, necesita a Cristo. Porque sin  Cristo es un hacer sin fondo, es, como diría mi abuela, “pan para hoy y hambre para mañana”. Sin Cristo es un puro altruismo que no compromete ni estructura mi vida al prójimo.
Cristo-Eucaristía multiplica nuestras fuerzas sin límite, da sentido todos y cada uno de los momentos. Con Él y en Él el perdón es enriquecedor, transformador, que da como fruto la concordia en el amor. La misericordia es compartir esa fuerza divina que nos hace sentir en lo más profundo de nosotros, esa fuerza de Dios que nos eleva hasta su altura. Comer a Cristo, comer a Dios, hace que eliminemos de nosotros todo lo que nos destroza, todo lo que nos deshumaniza y poder mirarlo a Él cara a cara.

Santiago Rodrigo Ruiz

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