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jueves, 27 de marzo de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 30 de marzo

CUARESMA, CUARTO DOMINGO

Recuerdo en una ocasión, en una clase de Sagrada Escritura, el profesor nos hizo caer en la estructura de este fragmento del Evangelio. La oscuridad, la presencia de Cristo y con Él la luz, el reconocimiento de su divinidad y la confesión pública de fe. Es la misma estructura de la Vigilia Pascual. Nos quedamos callados y le dimos la razón.
En la vida de cada uno de nosotros las tinieblas nos acosan constantemente y para ello utilizan un tipo de luces que nos encandilan: El placer por el placer, el consumismo, la indiferencia ante el dolor ajeno, el aislarnos en nosotros mismos con nuestros pequeños grupos, el radicalismo ideológico y religioso, el marginar a los que nos molestan… Pequeñas luces que cuando nos absorben se van apagando y nos van sumiendo en una tétrica oscuridad.
Y en esa oscuridad nos movemos, conducidos por aquellos que se benefician de nuestra sumisión, por aquellos que nos han arrancado nuestra libertad y van engordando con la esclavitud a la que nos han sometido y que nos muestran con colores falsos de libertad.
Pero Cristo siempre sale al encuentro para darnos la luz, para curarnos de nuestra ceguera, para darnos la auténtica libertad, la que nos ayuda para ser los artífices de nuestra vida. Esa libertad que tuvimos en los orígenes y que recuperamos el día de nuestro bautismo, cuando tras recibir el agua y la unción, prendimos la llama de ese cirio que es imagen de Cristo Resucitado.
Y esa es la lucha de nuestra vida, impedir que nos cierren los ojos y buscar constantemente a Cristo que nos da la luz verdadera. Aunque los enemigos de esa luz no van a dejarnos tan fácilmente y van a utilizar todas sus armas, que son muchas y muy variadas.
Nos harán rezar, pero una oración rutinaria que nos mantiene en nuestros asuntos. Cuando no una oración egoísta, en la que pedimos por nuestros gustos personales dejando al hermano fuera de nosotros.
Nos harán hacer caridades, dar algo, esas cosas que nos estorban, que nos puede convencer de nuestra bondad. Pero es falso, ya que lo que no nos comprometa totalmente, lo que no sea compartir con el hermano lo que somos y tenemos, es algo que nos deja el corazón seco y lejos del corazón del Padre.
Nos harán sentirnos democráticos, pacifistas… Pero haciendo que marginemos y dejemos fuera a todo el que no piensa como nosotros, a todo el que siente distinto. Decir que tenemos derecho a defendernos con la sola intención de dejar fuera a los que hacen peligrar nuestra forma de vivir y nuestros privilegios.
Pero está la luz de Cristo, la que nos muestra el verdadero camino, la que nos hace acercarnos al hermano, la que no nos permite no ver enemigos sino hermanos a los que amar.
Cristo nos sale al encuentro, nos ofrece su luz y con ella la esperanza y la libertad, la auténtica libertad de hijos de Dios.
Por eso al verlo no nos queda más remedio que acogerlo. No nos queda más remedio que decirle: .-Creo en ti Señor, el único que me hace libre. Creo en ti Señor, el que me ofrece el único camino para llegar al corazón del hermano, y juntos al corazón de Dios. Creo en ti Señor, el único que me da la luz verdadera para poder mirar en lo más profundo de mi alma y poder limpiarla de todo lo que me aleja de ti. Creo en ti Señor, luz verdadera de luz verdadera.

Santiago Rodrigo Ruiz

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