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miércoles, 12 de marzo de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 16 de marzo

CUARESMA, SEGUNDO DOMINGO

Recuerdo en una ocasión en que le enseñaba el Madrid medieval a un amigo, no muy de Iglesia. Pasamos a una de sus iglesias, la de un monasterio donde tienen la adoración perpetua. Llegamos poco antes de cerrar y estaban haciendo la reserva para la gente. Entre los cantos, lo recogido del lugar, el incienso, había un ambiente de inmenso recogimiento. Terminó y al salir me dice mi amigo, muy serio. .-Macho, esto acoj… (Vamos, que impresionaba mucho)-.
Creo que de haber estado en el Tabor hubiese dicho lo mismo. Es la experiencia más fuerte de los discípulos. Cristo, en la potestad de su gloria, con Moisés y Elías, la nube y la voz del Padre. La impresión debió marcarlos definitivamente.
Estamos llegando a una religiosidad sin el Cristo real. Dios-con-nosotros, el único salvador posible del hombre. Estamos necesitados de experiencias profundas de Dios, y esas sólo las podemos tener en Cristo, por la fuerza del Espíritu Santo y en su Iglesia. El nombre de cristiano se usa y se vuelve a usar, pero fuera del marco querido por Cristo.
Hace poco leía el proyecto de unos colegios católicos. Algo muy bien hecho, muy elaborado. Pero en lo que se refería a lo trascendente, en todo lo que leí, no encontré ninguna referencia concreta a Cristo y a su Iglesia. Puede ser que sea más amplio, pero me sorprendió que no se empezase desde ahí.
Precisamos experiencias fuertes de Dios, necesitamos sentirlo en y con nosotros. Y eso sólo lo encontraremos en la oración, una oración que nos lleve a experimentar esa cercanía, una intimidad con ese Dios que quiere estar siempre cerca de nosotros. Oración intensa, de cercanía, que lleve a Cristo, que te acerque con Él al Padre. Subir al auténtico “Tabor del alma” donde poder encontrar esa intimidad con Dios.
Las experiencias así no son, no pueden ser, duraderas, pero su marca queda para siempre. Porque no olvidemos que la luz del Tabor se proyecta hacia el calvario, iluminando el dolor y la Pascua. Nos lleva a la dureza del día a día, pero con una marca imborrable de gloria.
Y hay que bajar. A esas situaciones de bonanza espiritual le sigue la dureza de la realidad que puede abofetearnos con fuerza. Pero el Tabor puedes encontrarlo muy abajo. Puedes encontrarlo en el hospital, en el asilo, en las familias desahuciadas, en los parados que pierden la esperanza. Allí está Cristo, allí está Dios. Y puedes encontrarlo en tu propio corazón, en tu mayor intimidad, en ese rinconcito donde te encuentras a solas con Dios.
Pero para eso hay que tener sed de Dios. Porque precisamos esa experiencia de tabor, aunque haya que escribirla con minúsculas. Momentos de luz y de dicha para poder sostenernos en las noches y en la penas.
Es a lo que nos invita la Cuaresma. En el camino hacia la Pascua no nos va a faltar la angustia de Getsemaní ni el dolor del Calvario. Ese camino Cristo lo anduvo con la plena convicción de que era el culmen de su obra redentora. Un camino con sombras y la gran luz al fondo.
“Al final del relato evangélico vemos que Jesús se encontró solo. Ya no hay ningún maestro o profeta fuera de Él. Moisés y Elías le han cedido el puesto, se han eclipsado. Yahvé desde la nube, en el Sinaí, dio la ley. Ahora, la única palabra de Dios que se dirige a los hombres, es Jesús, solamente Él”.
(Fco. María López. Desierto, una experiencia de gracia. Ed. Síguemé).

Santiago Rodrigo Ruiz

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