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domingo, 2 de marzo de 2014

Homilía para el Miércoles de Ceniza (5 de marzo)

MIÉRCOLES DE CENIZA

Recuerdo en una ocasión, en que tres personas nos esforzábamos para cambiar un armario muy pesado de sitio. Cuando, todo sudorosos terminamos, uno de los presentes se dirige a mí y me dice: .-Si cambiar un armario nos ha hecho sudar la gota gorda, para cambiar el mundo como tú dices ni digamos-. Yo. Mientras recuperaba el aliento le dije: .-Pero para ese cambio contamos con unas fuerzas infinitamente mayores que las nuestras-.
La Cuaresma que estrenamos es un tiempo de gracia, un tiempo regalado para que volvamos por nuestros pasos, para reencontrarnos con el Dios que vimos con ojos limpios el día de nuestro bautismo, el día en que el mal aún no nos había tocado, cuando no existía esa costra de desamor que cubre nuestra alma.
Es un tiempo en el que el Señor nos da un bisturí para que, como el mejor de los cirujanos, vayamos eliminando esa costra que endurece nuestra ternura, que ha acorchado nuestra sensibilidad ante el dolor del hermano, esa capa que oculta la dulzura de nuestro corazón.
Es un tiempo en que los más antiguos lo pusieron bajo tres conceptos: La oración, el ayuno y la limosna.
LA ORACIÓN con la que nos ponemos en contacto con Dios. Pero ha de ser un diálogo, el de una persona que, reconociendo sus pecados, se pone en contacto con su Dios, con quien sabe es la fuente de la misericordia, de quien sabe que va a recibir el amor a manos llenas. No es un diálogo entre iguales, sino entre aquel que se siente frágil ante el pecado y aquel que perdona por puro amor a quien se ha arrepentido y se acerca a Él.
EL AYUNO, que no es sólo de alimentos. Sino un dominio de todo lo que nos domina, de todo lo que nos esclaviza. Ayunar del placer egoísta que separa, ayunar de la maledicencia y la calumnia, ayunar del rencor y el deseo de venganza, ayunar de todo acaparamiento de lo que es común, ayunar de toda injusticia y abuso. Un ayuno que limpie nuestro cuerpo y nuestro espíritu.
LA LIMOSNA, que no es ir repartiendo esas monedas, esas cosas que nos sobran, lo que no queremos tirar, pero que ya no significa nada para nosotros. Eso no es limosna, eso es ofensa y desprecio de lo que la Caridad es y significa. La limosna es compartir lo que somos y tenemos, es comprender que los bienes que han caído en nuestras manos, no es para nuestro uso exclusivo sino para que sepamos administrarlos para el bien común. La limosna que Dios nos pide es tener un corazón que se haga uno con el pobre y marginado, es tener un corazón sensible ante el sufrimiento del prójimo, tanto que somos capaces de hacerlo nuestro.
Y todo esto lo iniciamos con un gesto, poniendo ceniza sobre nuestras cabezas. Reconociendo que no somos dioses, que somos criaturas frágiles, que necesitamos de una continua ayuda para poder seguir adelante. La ceniza nos recuerda que somos finitos, que este cuerpo que, a veces, cuidamos en exceso, está llamado a volver al polvo del que salió. Pero un polvo llamado a la vida, a una vida sin límite y sin fin, una vida plena de dicha.
Porque la Cuaresma no es un tiempo de luto y penitencia desesperada. La Cuaresma es el camino hacia la Pascua, hacia esa vida plena en Cristo que Él inaugura en su resurrección. Es un camino de vida y hacia la vida, del que debemos quitar todos aquellos obstáculos que nos impiden caminar con Dios.

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