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jueves, 2 de enero de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 5 de Enero

SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD

Recuerdo en una ocasión en que se nos acerca un adolescente al grupo en que estábamos y se dirige a su padre que estaba en el grupo. Comienza a lamentarse de que algo que se le había encargado le había salido mal, el padre le dice muy serio: .-Pero si te lo expliqué con toda clase de detalles, si no había posibilidad de error, pero tú habrás hecho caso al último que ha llegado y así te ha ido-.
Dios nos ha explicado siempre, con toda clase de detalles, el camino para acercarnos a Él, para vivir su vida, para estar en su compañía, que siempre tiene como fruto nuestra mayor felicidad. Porque si hay una cosa inexplicable es el pecado del hombre. ¿Cómo se pudo renunciar a tanta belleza, a tanto amor? ¿Cómo se pudo apartar de quien le había dado todo, de quien le había marcado el camino para la felicidad perfecta?
Pero el pecado es así, absurdo, sin sentido. Destruye para no construir nada, marca la vida para un placer que tiene como resultado el dolor y la soledad. Es la autodestrucción del hombre, el triunfo del Maligno, puesto que contra Dios nada puede, es destruir la más hermosa de sus obras, el ser humano. Pero nosotros, como aquel padre a su hijo, somos del que más nos encandila, sin ver si eso es lo bueno, sin ver que eso sólo nos destruye.
Sin embargo Dios no se cansa. Su Palabra sigue siendo constructiva, enriquecedora.
Esta Palabra es la luz que nos muestra la belleza y la grandeza a la que Dios nos llama, una luz encendida en todas las almas para que ilumine los ojos y les permita ver el bien. Pero se rechaza la luz, se prefiere la opacidad, lo oscuro. Sin darnos cuenta que esa luz, aunque nos haga ver nuestros defectos, nuestras deficiencias; pero también nos permite ver el modo de superarlas, de transformarlas en bien, en alegría, en esperanza luminosa.
La Palabra es la vida, la auténtica vida, para vivir en plenitud, para sentirnos señores de la creación, sus dueños, constructores con Dios de toda vida, la que iniciamos aquí y que, junto a Dios, no termina. Pero rechazamos la vida, nos gusta más aquello que la destruye, el egoísmo que nos hace sentirnos por encima de la vida, sin ser conscientes que cada vez que dejamos de defenderla vamos construyendo nuestra muerte eterna. Por eso debemos volver a esta Palabra de vida, de toda vida, cuidar y proteger toda vida con lo que prolongamos, repito, nuestra vida eternamente.
La Palabra es el amor, un amor que hace palpitar todos los corazones, que abre todas las puertas, que elimina todas las barreras. Un amor que enciende cada noche todas las estrellas del alma. Pero rechazamos esa Palabra-amor, caemos una y otra vez en el desamor que sólo tiene como fruto las lágrimas y una soledad que nos separa del hermano. Hemos de recuperar esa Palabra-amor, llena de perdón y de misericordia, en la que se da el encuentro confiado y feliz. Donde el abrazo es vivir plenamente.
La Palabra es la luz en constante lucha con las tinieblas que todo lo quieren apagar. Unas tinieblas que infinidad de veces nos ofrecen un reflejo mortecino que nos confunde y, no pocas veces, nos atrae. Pero nuestra opción ha de ser clara, ser del grupo de los que si recibieron a la Palabra-hecha-carne que habita entre nosotros, luz en nuestra vida que nos muestra el más bello de los caminos para encontrar la felicidad más perfecta.

Santiago Rodrigo Ruiz

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