Menu

jueves, 16 de enero de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo, 19 de enero

SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, en una de mis anteriores parroquias estaba Delfín. Era una especie de sombra que todo lo solucionaba, tanto en el templo como en los locales parroquiales. Electricista, carpintero, albañil, pintor… Siempre callado, siempre en silencio. Un día tomábamos café y le pregunté ese empeño de anonimato y me dijo: .-Querido Santiago, en una obra de teatro los auténticos protagonistas de la función nunca se llevan aplausos, ni los echan de menos-.
Y era cierto, los autores de las civilizaciones siempre son desconocidos. Trabajan en silencio pero su obra perdura.
Jesús viene como el siervo, la ofrenda que Dios hace al hombre, el cordero que ha de ser sacrificado, por eso su sacrificio será la luz de la historia. Luz hacia la que siempre han caminado los tiempos y luz desde la que todo brota hasta el fin de los siglos. Cristo, el siervo sufriente, el Cordero que carga con nuestros pecados para hacerlos desaparecer, para convertir en gloria y esperanza todos los sufrimientos de todos los seres humanos de todos los tiempos.
Vivimos en un momento en que siempre ha de haber alguien que deslumbre, a quien se rinde pleitesía, pero rápidamente desbancado por otro que quiere ese espacio. Una lucha por el poder, el dinero y la gloria. Y para conseguir eso se paga lo que haga falta, hasta nuestra propia alma. Se trepa pisando al pobre y al débil, machacando al más indefenso y desvalido. Pero no somos conscientes que ese ascender sólo nos lleva a la más negra de las tumbas.
Cristo aparece como el siervo para manifestar el amor apasionado que Dios nos tiene, un amor que nos lleva hacia Él. Y eso lo manifiesta Juan de una forma exultante, contagiosa. Es la alegría de quien ha visto su esperanza cumplida, sabe que su fe no ha sido en vano, que este Cordero que va a cargar sobre si el pecado del mundo, que lo va a eliminar clavándolo en la cruz, es el motivo de su espera, es el cumplimiento de su fe.
Aceptar a este Cristo que Juan nos muestra, es aceptar el amor infinito del Padre hacia nosotros. Y cuando sentimos eso se nos sale por la piel, contagiamos a todos aquellos que esperan. Porque la fe, la auténtica fe es contagiosa, no se puede retener. Creer y sentir a Cristo, a este Cordero que se nos da como nuestra gloria futura, es algo que ha de transformar todo el ser de nuestros sentidos. Entusiasmarnos hasta tal nivel que lo sintamos dentro de nosotros, para que como Juan contagiemos a todo el mundo.
Es la fuente secreta de todas las alegrías, valentía que acaba con todos nuestros temores, la compañía que elimina todas las soledades, la necesidad de compartir cuanto somos y tenemos, con la convicción de que cuanto más damos, más nos damos, más ricos somos, más fuertes ante las sombras que nos acechan.
Juan ve como el Espíritu Santo desciende sobre Cristo, contempla como Dios se empeña con el hombre en su totalidad. Y desde ese instante el Espíritu Santo no nos deja ni un momento, se está derramando sobre nosotros de una forma permanente. Tenemos ese Espíritu desde el que Dios nos llama hijos, desde el que el Padre nos hace coherederos con el Hijo.
La Iglesia es el tiempo del Espíritu Santo, es el momento en que se nos ha marcado en el alma con la señal indeleble de los hijos de Dios. Pero como el Hijo, siervos del hermano, con las manos del alma siempre tendidas, para poder darnos al tiempo que recibimos al Hijo de Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cualquier comentario ofensivo o fuera de lugar será eliminado inmediatamente. Este es el blog de una parroquia, por lo tanto pedimos respeto por lo que en él se exprese.