Menu

domingo, 5 de enero de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Día de la Epifanía del Señor

FIESTA DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

Recuerdo en una ocasión en que dos jóvenes hablaban de un chico del cual una no tenía muy buen concepto, pero la otra le dijo: .-Lo que pasa es que no lo conoces, no se te ha manifestado tal como es. Yo si lo he visto, he visto su estrella, se donde va y lo que quiere y vale la pena quererlo-.
Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo, dirán los magos. Cuando vieron la estrella sabían que eso no era un acontecimiento normal, que lo que estaba pasando incumbía al mundo entero, no sólo a un pueblo concreto que se consideraba propietario de la salvación eterna, sino a todos los confines del mundo, a toda la creación.
Pablo no es judío, ha nacido en Tarso, provincia de Cilicia en la actual Turquía, y aunque descendiente de judíos fariseos, es el encargado de romper las fronteras de la evangelización. A los gentiles, lo que es decir a todas las gentes.
Es la Epifanía, la manifestación del Señor a todos los pueblos, a todas las razas, a todas las culturas. Cristo es el Salvador de todos, sin fijarse en sexo, raza, nacionalidad. Hombres, mujeres, hermanos, ciudadanos del mundo, amados por Dios que nos ha creado a todos.
Por eso cuando se lee la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la revolución francesa, o la declaración de los Derechos Humanos de 1948, vemos lo trasnochados que estaban, lo retrasados que venían presumiendo y alardeando de igualdades.
Eso ocurrió hace más de dos mil años, en un pueblo de Judea, cuando unos magos, venidos de varias partes del mundo conocido, se postran ante el único Dios, manifiestan su diferencia y su unidad en el reconocimiento de aquel niño como el Salvador, y sus dones expresan la realidad de lo que será su vida.
El oro que manifiesta la realidad material en la que ha de vivir, hombre como nosotros, con la realidad y las necesidades comunes. No es una encarnación disimulada, es realmente hombre. La mirra como señal de su pasión, de su sacrificio, de su ser el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, muerto y sepultado. El incienso que manifiesta su gloria, Cristo vivo, resucitado, a la derecha del Padre, eterno como Dios de Dios, luz de luz. Ante cuyo nombre se ha de doblar toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo.
Por eso cuando veo las fronteras y las diferencias que establecemos entre nosotros. Razas, pueblos, culturas. “No es de aquí, es de los que han venido”. Que estupideces tan crueles, como nos rebajan y nos animalizan, como las bestias marcamos nuestro territorio.
Un solo mundo, un solo Dios, una sola familia humana. La Epifanía, fiesta que cierra nuestras fiestas navideñas, pero la más importante de nuestros hermanos orientales, es la manifestación de Cristo, su reconocimiento como Señor de todo lo creado, sin diferencias, sin fronteras.
Tenemos que, como decía al principio, ver su estrella, ver que es distinta a todas las demás. Seguirla para descubrirlo en todos los que nos rodean. Pero si miramos bien, veremos como se para con paciencia ante el hermano solo, hambriento y desamparado. Veremos como brilla mucho más en ese lugar donde está la mano tendida a nuestro corazón. Pasar y ofrecerle nuestros dones: el oro de nuestra ayuda material, la mirra para vernos frágiles como ellos, y el incienso para postrarnos juntos ante este Dios que nos ama a todos.

Santiago Rodrigo Ruiz

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cualquier comentario ofensivo o fuera de lugar será eliminado inmediatamente. Este es el blog de una parroquia, por lo tanto pedimos respeto por lo que en él se exprese.