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viernes, 26 de mayo de 2017

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 28 de mayo,Solemnidad de la Ascensión del Señor

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Es Cierto que tanto los relatos del evangelista Lucas, como la iconografía no ha hecho un gran favor a la autentica Ascensión del Señor, al misterio de la Ascensión del Señor, puesto que en todos se manifiesta en separación física entre “Él que se va al cielo, a la diestra de Dios Padre” y nosotros nos quedamos con dos palmos de narices y solos. Es cierto que se nos dice que volverá a nosotros al final de los tiempos a llevarnos con Él, pues muy largo nos lo fían. Esta mañana he echado manos a mis antiguos libros y en la enciclopedia de teología Sacramentum Mundi (que ahora se la considera obsoleta, pero que tuve que comprar a plazos y me sentí muy feliz al tenerla), y he leído un artículo del actual papa emérito Benedicto XVI, en aquel tiempo un joven teólogo, que deja las cosas muy claras. La Ascensión del Señor, es recuperar en plenitud y sin limitaciones su divinidad, sin desprenderse de su cuerpo resucitado y glorificado en esa resurrección. No se va se queda con nosotros pero nos acompaña sin limitación de tiempo y espacio. Cristo glorioso y ascendido-plenificado, puede mantener su presencia real en la eucaristía, en cualquier parte del mundo y al mismo tiempo. En el mismo momento. En el corazón de cada hombre de buena voluntad, con la totalidad de su humanidad y su divinidad. O lo que es lo mismo. Pero la verdad es que la Ascensión del Señor, es el inicio de nuestro tiempo. Es comenzar a hacer efectivo ese mandato de Jesús que no muestra en el evangelio de Marcos: “Id por todo el mundo y bautizad en el nombre el Padre, del Hijo y del Espíritu santo, enseñándoles todo los que os he mandado”. Pero termina con la maravillosa afirmación: “Y sabed que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos” (Mt. 28, 19-20). Los discípulos lo entendieron perfectamente. A partir de aquel momento, y con la fuerza del Espíritu recibida en Pentecostés, se extendieron por el mundo, fueron creando comunidades, que a su vez, creaban otras comunidades. Y a esa misión no se le puso precio, hasta tal punto que está regada con la sangre de miles de mártires, que siempre entendieron y tuvieron claras dos cosas. Que la misión que les indicaba Jesús era inaplazable y que valía menos que su propia vida. Por lo que no se podían quedar plantados mirando al cielo. Es la actitud típica de muchos cristianos, de muchísimos. Pretender evadirnos del aquí y del ahora y de nuestro compromiso, esperando que el cielo soluciono, lo que el cielo espera que solucionemos nosotros. La Ascensión del Señor es el inicio de la misión, una misión que no ha terminado todavía. Pues nosotros hemos recibido el testigo de aquellos que lo recibieron de Jesús y de los que los siguieron pasando. Pero anunciar hoy el Reino, no vale con palabras piadosas de gen buena que reza mucho y que va mucho a la Iglesia. Anunciar hoy el Reino ha de hacerse con la vida y la palabra. Con la palabra parece ser que no es suficiente, os habéis fijado lo bien que hablan todos esos que están en la cárcel por robar. Lo importante es vivir lo que decimos, porque evangelizar es mucho más que decir cosas. N vale decir que Jesús ha resucitado y estamos muy contentos, hace falta el testimonio de esa comunidad que los proclama vivo. Una comunidad liberada de egoísmos, que se empeña hasta lo imposible por el bien de los hermanos. Anunciar el Evangelio es luchar para que haya menos pobres, menos analfabetos, menos ancianos abandonados, menos enfermos sin asistencia. Una justa distribución mejor de os bienes de la tierra… Y todo esto comienza hoy, cuando Jesús nos dice que nos envía por el mundo y nada de quedarse plantados mirando al cielo.

Santiago Rodrigo Ruiz

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