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viernes, 26 de junio de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 28 de junio, Décimo Tercero del Tiempo Ordinario

DOMINGO XIII DE TIEMPO ORDINARIO

Dios no hizo la muerte, dice la primera lectura. No es señor del dolor ni de la desesperación, no es el artífice del sufrimiento de los inocentes, no se regodea con el hambre y la miseria de sus criaturas.
Dios se hizo hombre para librarnos, precisamente, del sufrimiento y de la muerte. Y si para eso tenía que cargar sobre sus hombros con el pecado de todos los hombres de la historia, lo hizo.
Porque él nos hizo pera la felicidad y para la dicha. Para eso puso ante nosotros todos los medios para que así fuese. Pero el pecado es el que provoca todo el sufrimiento. Es el pecado la causa de todas las injusticias, el sufrimiento de los más débiles, la angustia de los más necesitados.
Por eso hoy la Palabra de Dios nos pone ante unos acontecimientos prodigiosos. El de un padre, una persona importante que no le importa suplicarle a Jesús, para que su hijita viva, que no le importa rebajarse, él que es el jefe de la sinagoga, la primera autoridad de aquel lugar, porque aquella que ama está en peligro. Y Jesús ve su fe, su amor y su sufrimiento. Por eso le devuelve viva a su hija, le da la vida a la que ama, para que su propia vida no se hunda.
El otro caso es prodigioso. Una mujer con hemorragias, y por tanto impura, sabe que con sólo tocar a Jesús quedará sanada, con tocar la orla de su manto, la parte de la ropa del maestro que se arrastra por el suelo, con sólo tocar quedará sanada. No se presenta ante Él por su impureza, se acerca a escondidas, pero con una fe tan grande que le da la seguridad de que ese simple roce con el manto de Jesús será suficiente para su salvación. Por eso cuando tras el milagro Jesús quiere conocerla, ella se acerca aterrorizada, pensando que le van a afear que se haya atrevido a tocarlo. Pero Jesús lo ve de otro modo. Jesús está viendo un corazón lleno de fe que sabe que de Él viene la salvación, toda la salvación. Y esta mujer nos sólo recupera la salud, sino que se va con la paz que Cristo le ha dado. Ha visto que con sólo tocar a Jesús se consigue la paz, la auténtica paz.
Porque parece que no somos conscientes que Dios se hace hombre para entrar en contacto con nosotros, para poder tocarnos y para que pudiéramos tocarlo a Él. Para poder tocar a la humanidad y sanarla de tanto sufrimiento porque está herida por el pecado. El hacer de Jesús fue tocarnos, con su palabra, con su misericordia. La sangre que derramó en el Calvario, purifico y fecundó nuestro mundo, sembrando la vida divina en nuestros corazones.
Por eso nuestra pregunta es cómo y donde podemos tocar hoy a Jesús, cómo y donde podemos ser tocados por Él. Y la respuesta es, de muchas formas.
Lo podemos tocar y el nos toca, en la Eucaristía, ese pan que nos alimenta y nos santifica. En la penitencia, donde Él es ese médico que nos perdona, que nos cura las llagas que nos deja el pecado. Pero especialmente lo podemos tocar en ese prójimo que está a nuestro lado. En el hermano pobre que vive en la periferias de la vida, en el marginado, en el abandonado y sufriente. Tocar así a Jesús con nuestra caridad misericordiosa, atenta, generosa, sin ascos ni recelos. Tocar a Jesús en todos los que nos rodean, con los que compartimos el día a día y que tantas veces ignoramos.
Si nosotros queremos ser también curados, tenemos que acercarnos a Jesús desde la fe, desde la confianza total y absoluta de que puede curarnos. Es más, sabiendo que es el único que puede curarnos.

Santiago Rodrigo Ruiz

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