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jueves, 11 de junio de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 14 de junio, Décimo primero del Tiempo Ordinario

DOMINGO XI DE TIEMPO ORDINARIO

Vivimos un tiempo en que las grandes multinacionales lo mandan todo. Vestimos la ropa que nos diseñan, comemos la comida que ellos elaboran en inmensas fábricas. El petróleo, la totalidad de las materias primas, son inmensas corporaciones las que los controlan. Lo que parece más pequeño e insignificante es movido por esas inmensas sociedades, anónimas e impersonales.
Por otro lado las grandes sociedades de prensa y comunicaciones crean las mentalidades y manipulan los principios y la moralidad. Pueden, y de hecho lo hacen, decidir lo que ha de ser bueno o malo, lo que hemos de considerar aceptable o nocivo. Y nos hacen aceptar como bueno para nosotros cosas que están incluso contra las mismas leyes naturales.
Es decir, parece que somos una especie de seres programados por unos intereses aparte de nosotros, algo que nos es ajeno y que nos ha quitado nuestro libre albedrío, o lo que es igual, nos han cercenado la libertad.
Sin embargo nada más ajeno a la realidad, porque Cristo nos ha dado una libertad que siempre podremos recuperar. Cristo demuestra que hay cosas que nadie fuera de nosotros puede controlar si nos unimos a Él. Cristo manifiesta que la felicidad no nos la pueden proporcionar, la felicidad de verdad ninguna multinacional. Porque sale de las cosas pequeñas. Desde el corazón de un niño, al abrazo de dos personas que han sido capaces de perdonar.
Aunque la realidad es que en un mundo donde parece ser que todos debíamos ser muy felices, hay mucho dolor y mucho sufrimiento. Países a los que las guerras prefabricadas han sumido en el hambre y la enfermedad, donde un niño carece de lo más elemental, donde un anciano muere solo e ignorado. Millones de personas desplazadas por la ambición y la intransigencia de algunos. Gentes masacradas por sus creencias. Un mundo que se intenta silenciar porque molesta a los que quieren demostrar que no es así.
Pero un cristiano no se puede callar, no puede permanecer inactivo e indiferente ante ese mundo que no es el querido por Dios. Y es cuando nos preguntamos eso de ¿y yo qué puedo hacer, una sola persona, que hacer?
Amando, amando con fuerza, con intensidad, pero sabiendo con toda claridad que no hay fuerza pequeña, que no hay un esfuerzo aislado que quede inútil. Ese esfuerzo que sale del corazón de cada uno y que se va uniendo al otro corazón del otro que también es capaz de amar.
El grano de trigo cae solo a una tierra que lo acoge y lo cuida, ese gran que va desapareciendo y que poco después es una espiga con muchos granos, que también se multiplicarán.
Es ese grano de mostaza, pequeño, insignificante, pero que se va a convertir en un arbusto que producirá miles de granos que se seguirán multiplicando y creando más y más vida.
Nosotros somos esas semillas, que si somos capaces de entrar en ese terreno fértil que es el corazón de Cristo, unidos al resto de los hermanos, seremos una fuerza prodigiosa.
Porque seremos el amor de cada uno dentro de la misma fuente del amor, en el manantial de toda misericordia, donde creceremos de modo imparable. Pues un corazón generoso, unido al corazón de Cristo, genera una fuerza transformadora imparable y que será capaz de transformar el mundo según Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz

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