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viernes, 3 de julio de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 5 de julio, Décimo cuarto de Tiempo Ordinario

DOMINGO XIV DE TIEMPO ORDINARIO

Si miramos las tres lecturas de este domingo, el panorama que nos presenta es desalentador. Cómo los propios, “los de dentro”, desprecian el mensaje salvador que se les está ofreciendo. Pero lo más curioso es que lo que más choca es que desprecian el mensaje por el mensajero que se lo transmite.
Estábamos un grupo en un debate y el ponente hizo unas afirmaciones bastante descabelladas. En ese momento se levanta uno y se las discute, este sujeto es uno de esos tipos que todo lo fastidian. Los demás le dijeron que se callase y el ponente sonrió. Entonces otro y yo dijimos que lo que había dicho el otro era una afirmación exacta ante los disparates del ponente, nadie los había escuchado al ser él el que lo decía. Es decir sólo por ser él se le había rechazado una afirmación auténtica. Y es que si el mensajero no es de nuestra línea o nos es antipático, el mensaje desaparece, y nos quedamos sin algo que realmente vale.
Jesús sufre esa testarudez y ese desprecio por parte de los suyos. La incredulidad de quien no tiene ningún motivo para dudar, y cuando lo hace nos es por el mensaje, sino por el mensajero. Por eso se queda extrañado y dolido de esa falta de fe, una falta de fe que le llega impedir hacer milagros, una falta de fe que hace que se queden fuera del hacer del plan de Jesús para su gente. Que lo desprecia sin más, por el sólo motivo de ser de allí, de conocerlo desde siempre y de no ver ni entender de que entre ellos había salido el Salvador del mundo.
Si miramos detenidamente la vida nos tenemos que ver reflejados en muchísimas ocasiones en ese desprecio hacia las personas que nos ofrecen una alternativa válida, pero que la rechazamos por venir de quien viene.
Cuantos padres se han visto rechazados por sus hijos, que se sienten por encima de ellos, a los que no consideran dignos de marcarles una ruta en la vida. Esa tremenda injusticia de no aceptar las opiniones de aquellos a los que se lo deben todo y que tienen esa experiencia que tan valiosa puede ser. Pero muchas veces se ven obligados a bajar la cabeza ante la absurda prepotencia de esos hijos que no ven más allá de sus narices.
Cuantos curas han sido rechazados porque no han caído bien a un grupo, que a su vez ha creado el ambiente negativo entre el resto de la gente, sin escatimar calumnias y disparates. Y a éste no le ha quedado más remedio que agachar la cabeza y aguantar esa injusticia.
Cuantos maestros han pasado auténticos calvarios, porque no han caído bien a algunos “papás” que a su vez han puesto al resto de los padres en contra, y el resultado ha sido una peor educación para sus hijos.
La Iglesia sufre un constante acoso por esa “progresía” que sólo busca lo más oscuro y negativo de la historia. Y con eso consigue que el mensaje de salvación de Cristo no sea escuchado, sea devaluado antes de ser conocido, no vaya a ser que “alguien se convierta y crea”. No vaya a ser que la gente descubra al auténtico Jesús, su mensaje de salvación integral para el hombre. No vaya a ser que la gente encuentre en Jesús la auténtica alegría, el auténtico sentido de la vida para vivir la verdadera paz basada en la auténtica justicia, la del Reino de Dios que hace hermanos a los hombres.
Hoy, Jesús, es desautorizado, incluso por muchos de los que se confiesan creyentes, aunque no pasan de vivir algunas tradiciones. Por eso ese desprecio es infinitamente más doloroso. Como Jesús con sus paisanos.

Santiago Rodrigo Ruiz

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