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viernes, 19 de junio de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 21 de junio, Décimo segundo del Tiempo Ordinario

DOMINGO XII DE TIEMPO ORDINARIO

Vivimos un momento muy tormentoso para los creyentes. El otro día escuchaba a una política defendiendo a una mujer que había profanado una capilla católica. Y decía que era el ejercicio de un derecho de su libertad. Claro que se plantea donde está mi libertad para creer, para poder tener espacios en los que sean respetado aquellos principio que son fundamento de mi existencia.
Parece como si el mundo se hundiese bajo nuestros pies, como si todo se viniese abajo, como si nuestros valores no valiesen. Son atacados por aquellos que alardean de libertad y derechos. Es como aquella chusma que jaleaba a las fieras del circo mientras destrozaban a los cristianos.
Y gritamos a Dios, pero parece que se ha vuelto sordo, que no escucha nuestros gritos de socorro, que está dormido, nos sentimos solos y abandonados en esta tempestad. Sentimos a nuestro alrededor ese ambiente hostil como una tempestad, como las olas encrespadas que está a punto de enviarlo todo al fondo de este mar social, embravecido contra nosotros.
Es la imagen del evangelio de este domingo. Los discípulos se han embarcado y Jesús con ellos. Comienza la tempestad, todo a punto de hundirse, y Jesús durmiendo tranquilamente. Cuando lo despiertan aterrorizados, desesperados.
En ese momento Jesús les afea su falta de valentía, su no fiarse de Él y, sobre todo, su falta de fe.
Si Jesús comparte la travesía de mi vida todo está seguro, no existe peligro de hundimiento. Como sus discípulos experimentamos su fuerza salvadora, su energía de victoria en la lucha contra el mal, esa gracia protectora, ese amor inagotable que va hacer que nunca nos sintamos inseguros. Ni siquiera en esos momentos difíciles en los que todo parece venirse abajo.
Los discípulos comenzaron a mirar a Jesús con temor, como alguien muy poderoso ante quien mantener una distancia. Pero enseguida son conscientes de que estando a su lado no existen peligros que les haga perecer. Comienzan a ser conscientes de que con Él todo puede ser posible.
Como decía al principio, parece como si el cristianismo estuviese sumergido en una fuerte tempestad. Miramos el futuro con temor, no asusta lanzarnos a la mar de esta sociedad agresiva contra la fe, y tenemos la tentación de aferrarnos a nuestras pequeñas verdades, de no lanzarnos a la aventura de ser misioneros en una “tierra de herejes”, ser testimonio de amor y misericordia en una sociedad que sólo busca el placer de cada instante. Que no se quiere mirar al mañana, porque se teme que el mañana no exista.
Sin embargo Jesús siempre nos va a sorprender a todos. El que vive tiene fuerza suficiente para inaugurar una nueva fase de la historia del cristianismo. A nosotros sólo nos pide la fe, una fe libre de miedos y cobardías, una fe que se sienta segura caminando al lado de Jesús.
Con Jesús se capean todas las tormentas y todas las adversidades que nos vayan surgiendo a los largo de la vida. En su barca, en la barca de la Iglesia que Él rige, en la que sólo Él es el timonel, en la que sólo Él nos puede llevar a un puerto seguro. Porque Dios no se deja manipular, nadie puede conducirlo. Es Él el que marca las rutas, unas rutas que con confianza total en su misericordia, podemos andar seguros, con la seguridad de quien sabe que Cristo nos lleva a esa vida eterna, que es el puerto final de nuestra vida.

Santiago Rodrigo Ruiz

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