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jueves, 20 de noviembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 23 de noviembre, Solemnidad de Cristo Rey

DOMINGO DE CRISTO REY

Recuerdo en una ocasión, hace años, en que el grupo de liturgia preparábamos la misa del domingo, precisamente en este Domingo de Cristo Rey. Yo les hablaba de lo distinto que es el reinado de Cristo, como su trono es la cruz, su reino entre los sufrientes y los necesitados, y como si queríamos alguna relación con él, sólo podríamos hacerlo desde la humildad, su misma humildad. Una del grupo, ya entrada en años, nos escuchaba muy atenta y dice: .-Pues yo, que tengo en mi salón un “Cristo Rey” tan hermoso, en su trono y con su manto rojo, ¿qué hago con él?-. Yo le digo que dejarlo donde está y seguir rezándole con mucha devoción. Pero ella me dice: .-Si lo dejaré donde está, pero la devoción con que le voy a rezar ya no va a ser la misma-.
El reinado de Cristo es distinto a todo lo que podamos imaginar. Es un reinado ajeno al poder, que no quiere saber nada de las riquezas, que rehuye la fama, que no se mueve en el ámbito de los poderosos, por lo que la autoridad no tiene que ser impuesta por ningún tipo de policía, ni es preciso que constantemente se estén redactando leyes y más leyes para posibilitar la convivencia de los ciudadanos.
Un reino que se basa en la alegría de la pobreza material, el no aferrarse a los bienes de la tierra porque son perecederos, y este reino es eterno, es un reino que perdurará, un reino que se centra en el corazón de las gentes, donde reina Cristo en toda su majestad, donde no hay poder que pueda destronarlo.
Porque ese trono lo ganó derramando su sangre por amor, entregando su vida por nuestros pecados. No por los más perfectos y maravillosos del mundo, sino por los más pequeños y pecadores.
Por eso nos pone condiciones para entrar en su reino, un reino de justicia y de amor sin límite. Nos exige ser consoladores del triste, auxiliadores del solo y del despojado por la injusticia, amparando al hambriento, al marginado, al que no cuenta para nadie, al que está privado de todos sus derechos. A estos los considera los preferidos de su reino.
Y descarta de ese reino a los poderosos, a los que se sienten por encima de los demás, a los que rezan a Dios e ignoran al hermano sufriente, a los que ven en el otro todos los defectos, pero ellos se ven el cúmulo de las perfecciones. Descarta de su reino a los que se ven sin pecado, a los que no miran en lo profundo de su corazón para arrancar sus miserias, sino que se pasan la vida juzgando los defectos de los demás.
Para Cristo los preferidos del reino son aquellos que la sociedad actual desprecia. Los que van por la vida sin nada en las manos, como no sea su propio corazón, ofreciéndoselo a todos con generosidad y alegría, los que siembran sonrisas y paz sin mirar razas ni clases sociales, los que no miran al hermano sino por eso precisamente, porque es su hermano.
Cristo-Rey en la cruz, con los brazos abiertos, con su título real sobre la cabeza, sin otro trono que aquel madero, sin otro manto real que su cuerpo desnudo, sin otro poder que su entrega ilimitada para que nosotros tengamos vida, y una vida que no puede limitar ni la propia muerte. Cristo-Rey pidiendo cuentas a todos aquellos que no han sido capaces de amar, que se han escondido en la miseria de su egoísmo, pero que, aún a ellos, Cristo no les cierra las puertas de su reino si vuelven a abrir sus al amor.

Santiago Rodrigo Ruiz

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