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jueves, 13 de noviembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 16 de Noviembre

TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que, comiendo en casa de unos amigos, me dirijo a Guille, un joven que tiene unas manos de oro, como su corazón, a quien nada se le oscurece, todo lo sabe arreglar, y le digo: .-Te tenemos como el ungüento blanco, si a una abuela se le rompe el grifo a Guille, si a otro abuelo no le arranca el coche a Guille, si al otro no le va luz a Guille, si esta abuela tiene una gotera a Guille-. Él, moviendo el azúcar en su taza de café, me mira y sonriendo dice: .-No nos decís tú y Rafa que Dios nos va a pedir cuentas de los dones que nos ha prestado, pues ya está, yo quiero tener el saldo a mi favor-. Y se puso a tomar su café tranquilamente.
Y es cierto lo que decía Guille. El Señor nos da una inmensa cantidad de cualidades y de posibilidades, pero con condiciones. Todo eso será más nuestro en cuanto más lo pongamos al servicio de los demás, cuanta más alegría y más paz procuremos. Será más nuestro en cuanto más lo demos, en cuanto más nos demos, porque al fin y al cabo, nosotros mismos, somos un regalo de Dios, nuestra existencia es un préstamo que Dios nos hace para que demostremos aquello que somos capaces de hacer. Para que demostremos si queremos ser de la gente de Cristo, que no se reservó absolutamente nada para Él, que se dio de una forma total y definitiva. Por eso el darnos enteramente a los hermanos es ser un reflejo de Cristo, es ser un reflejo del amor que Dios ha depositado en nosotros para que le “saquemos rendimiento” en justicia y misericordia.
Sin embargo, tantas veces en que somos capaces de romper una relación por no ceder en nada, por no desprendernos de nada, por acaparar tanto los dones para nosotros, que luego se nos pudren en el alma sin dar beneficio a nadie, comenzando por nosotros mismos.
Hace dos veranos fui al aeropuerto a recoger a un amigo que está de misionero en Eritrea, con los más pobres entre los pobres. Llegamos a casa y abrí el portón para pasar el coche y lo cerré después, guardé el coche y cerré la cochera, llegamos a casa, abrí la celosía, pasamos y la cerré. Entonces me dice: .-Te das cuenta que llevas diez minutos abriendo y cerrando puertas. Yo allí no tengo cerradura, porque no tengo nada que proteger, si alguien toma algo de lo mío es porque lo necesita-.
No nos damos cuenta de que cuanto más acaparamos más pobres somos. No podemos encerrar los dones en una caja fuerte para que no nos los roben, enterrarlos en un hoyo. Debemos arriesgarnos a que “nos los cojan”, porque no son nuestros totalmente, son un préstamo, como dice Guille, y sólo nos darán rendimiento si los gastamos totalmente en los demás, aun a riesgo de que se nos vayan a donde no queremos, porque no nos despojan, sino que nos hacen ricos. La inmensa riqueza de quien se da totalmente al hermano, la gran fortuna de quien se gasta sin condiciones en hacer felices a los demás.
Entonces si que podremos llegar ante Ese que nos los ha prestado con las manos llenas, tan llenas como están las manos de quien todo lo ha dado por amor y poder decirle:
.-Señor, me diste inteligencia, la he invertido en enseñar a quien no sabía, me diste salud y la he invertido en trabajar por el hermano, me diste sensibilidad y la he invertido en consolar a aquellos que se sentían solos y abandonados. Aquí tienes tus intereses, lo que ha rendido tu préstamo-.

Santiago Rodrigo Ruiz

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