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jueves, 9 de octubre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 12 de octubre

VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, en casa de un amigo en que su mujer estaba muy afanosa buscándose un vestido para una boda a la que habían sido invitados. Él le quitaba importancia hasta que ella le dijo: .-Si por ti fuera te presentarías en chándal a las bodas del Señor. Tú sigue así y te verás fuera, donde está el rechinar de dientes-.
Y es cierto. Dios, desde el principio de los tiempos, ha preparado para nosotros el festín, el banquete definitivo. Quiere que gocemos con él eternamente, en la dicha y en la felicidad definitiva y eterna. Y para ese banquete nos extiende la invitación, desde nuestra llegada a la vida, por la que nos indica su deseo de que estemos definitivamente con Él.
La respuesta ante esta invitación es muy variada. Muchos que desprecian, hasta con violencia, esta invitación. Se sienten dueños y señores, los que han de marcar el destino de los demás, los que llevan a la gente por su único camino, sin respetar ningún tipo de medio, por muy mezquino que sea, incluso violento, para no perder su poder, para mantener su hegemonía, sin pensar que se equivocan, ya que sólo desde la libertad se puede seguir a Cristo.
Otros se buscan otras alternativas, “otros banquetes” a su gusto, pero de una forma temporal y efímera. Para ese gozo no les importa traicionar ni negar sus promesas, sin pensar que eso que tienen se lo pueden arrebatar de las manos, se lo van a arrebatar de las manos y se van a quedar sin nada.
Otros se presentan al banquete de cualquier manera, “sin vestido de boda”, despreciando y ninguneando, tanto el banquete, como aquel que lo ha invitado. Como diciendo que eso que se nos ofrece no merece consideración ni respeto. Por eso se les expulsa, porque han roto la comunión, la fraternidad con todos los que han atendido la invitación y la valoran.
Dios nos quiere en su banquete, pero a su manera. Vestidos con nuestras mejores galas, las galas que Él nos regaló en el día de nuestro bautismo.
Las galas de la solidaridad, por las que ningún sufrimiento del hermano nos es ajeno, ninguna injusticia nos deja fuera y la sentimos en nuestra propia carne, ningún dolor infringido al hermano nos deja fuera, pues lo sentimos como si lo hubiésemos recibido nosotros mismos.
Las galas del perdón y la misericordia. Esas que hacen que el mal no triunfe nunca porque no le dejamos espacio en nuestro corazón. Las que convierten el rencor en comprensión y olvido. Las que nos hace tender siempre la mano de forma que nunca encontraremos en el prójimo un enemigo, sino un hermano.
Las galas de la alegría. Las que nos permiten comenzar cada mañana con ilusión, que nos permiten ver en cada hermano, en todo lo que nos rodea, la mano maravillosa de Dios que ha hecho este mundo para nuestra felicidad, una felicidad compartida, ya que así es más plena.
Vayamos al banquete de bodas del Señor. Acerquémonos a su mesa, comamos su cuerpo y su sangre, vestidos, adornados con esas galas que nos hacen recuperar la imagen y la semejanza divina. Gocemos en el banquete del Señor, en comunidad, en la comunidad de los que se acercan a Él habiendo lavado y blanqueado sus vidas en la sangre de Cristo. Dejando nuestro pecado perdido en su misericordia. Gocemos en esta vida del banquete de bodas del Cordero, ya que se prolonga por toda la eternidad.

Santiago Rodrigo Ruiz

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