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jueves, 2 de octubre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 5 de octubre

VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, hace tiempo en que leía el caso de un crimen muy truculento de la primera mitad del siglo XX. Un hombre enamoró a una chica joven, rica heredera y huérfana. Con aquellas leyes el marido se convirtió en administrador de los bienes de su mujer, pero no se conformó, ya que no podía disponer de ellos y la mató. Durante el juicio lo único que dijo fue: .-Se veía tan fácil hacerme dueño de todo-. Se le condenó a algo que ahora, gracias a Dios, no se puede condenar a nadie, se quedó sin nada.
En toda la Historia de la Salvación se ha repetido lo mismo. A los profetas que no decían lo que la gente quería se les maltrataba y se les echaba fuera. No podían aceptar a Dios como el único Señor, lo veían como un opresor que imponía leyes, su palabra y sus enviados eran despreciados y considerados como enemigos de la comunidad. Las clases dirigentes se adjudicaban el derecho de tener la palabra exacta y expulsar a los que les contradecían.
Dios no pierde la paciencia, sigue esperando y les envía al Hijo, pero hacen lo mismo. Lo sacan de la ciudad y lo crucifican, sin ser conscientes de que con ese acto estaban dando cumplimiento al plan de Dios. Porque esa cruz en la que piensan que han solucionado su problema, nace un mundo nuevo, una nueva ley, un nuevo vivir.
Como en el evangelio de hoy, el Dueño de la viña viene y acaba con sus enemigos, el pecado y la muerte, y le entrega su Reino a otros, a otro pueblo que nace del Agua y del Espíritu, un pueblo que no se considera dueño de nada y que se sabe administrador de la “Viña del Señor” y que ha de dar el mayor fruto de amor y misericordia para todo el universo.
Sin embargo no dejan de salir asomos de intransigencia, de sentirse “dueños de la viña” y eliminar a los que se les oponen. Sin darse cuenta de que sólo se cogerán frutos si parten del amor, de la solidaridad y de la misericordia.
Vivimos en un mundo en el que la globalización es inmensa y rapidísima. Un mundo en el que todo aquel que osa oponerse al sistema del placer por el placer, del consumo por el consumo, cuando alguien se atreve a poner una voz discordante, es automáticamente fulminado, apartado de ese tejido social, “expulsado de la viña” eliminado socialmente. Un mundo ante el cual se someten todos, desde los políticos (como hemos visto recientemente), a los economistas. Incluso los que han de enseñar la verdad, la manipulan en su propio beneficio. Un mundo en el que parece que se han cerrado las puertas a la esperanza.
Sin embargo ocurren cosas que dejan a todo el mundo sin habla. Como la muerte de estos dos misioneros de ébola, por no querer abandonar a los suyos, dar su vida por los más pobres. O cuando la gente se va enterando de esos miles de españoles en el tercer mundo, ofreciendo, y muchas ocasiones perdiendo, su vida solo por amor, por amor al hombre y por amor a Cristo que es la fuente de ese amor. Gente que ama y comparte con los más desposeídos, los también expulsados de la viña, pero que son los auténticos propietarios.
Porque la “Viña del Señor”, el Reino de Dios, es, precisamente de los que no cuentan, los que no se conocen. Lo pobres, los marginados, los misericordiosos, lo que trabajan y luchan por la justicia, los que lloran… y todos los que los acompañan, todos los que comparten con ellos. A los que Dios entrega su reino y nadie se lo podrá arrebatar.

Santiago Rodrigo Ruiz

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