Menu

jueves, 23 de octubre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 26 de octubre

TRIGÉSIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en casa de un amigo, que regañaba a sus hijos (una niña de ocho años, un niño de seis y dos gemelas de cuatro años) por su comportamiento, y comenzó a hacerles un listado de normas. En esto que se acercan las dos pequeñas, lo abrazan, le dan un beso y les dicen a sus hermanos: .-Vamonos a la pisci-. Los otros dos hicieron lo mismo, y se fueron. Su mujer y yo nos mondábamos de risa. Él muy serio dice: .-Esto si que ha sido un auténtico golpe de Estado-. Y se nos unió en la risa.
Dios, por medio de Moisés dio la ley a los judíos, los Diez Mandamientos. Esos mandamientos fueron creciendo y creciendo, hasta ser un peso agobiante. Pero Jesús los reduce a dos, para Él semejantes, amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, nada menos que como a uno mismo. Con lo que nosotros nos queremos, con el alto concepto que tenemos de nosotros mismos, el modo como nos cuidamos… Amar al prójimo como a nosotros mismos. No se anda con medias tintas, no hace adornos ni componendas, se mete en lo más hondo del sujeto y le exige un amor incondicional como eje de su existir.
Si nos damos cuenta, el hombre siempre ha querido controlarlo todo a fuerza de leyes y normas. Desde aquellos primeros códigos mesopotámicos, hasta los congresos y senado actuales, en los que tenemos un montón de diputados y senadores haciendo leyes sin parar. Leyes que cambian cuando entran los del otro partido cuando coge el poder, ya que no piensan en los ciudadanos, sino en imponer sus principios y sus ideologías de partido.
Leyes para comprar y para vender, para entrar y para salir, para subir y para bajar. Leyes y más leyes con las que se intenta domesticar al ciudadano y conducirlo por sus propios ideales, de forma de poder mantenerse en el poder.
Y aparece Jesús diciendo que la única ley, la única norma que nos hará plenamente felices, es el amor. El amor donado a cambio de nada, el amor regalado sin pedir contrapartida. El amor como Dios nos ama, que no nos necesita para nada y nada podemos añadir a su poder, pero que nos ama hasta el extremo de dar su vida por nosotros, morir en la cruz. Sólo porque el hombre podía perderse, podía quedarse fuera de la vida eterna, de la felicidad definitiva.
Dios no escatima su amor por nosotros, pero nos pone esa norma, esa única norma. Amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, nada menos que, como Él nos ha amado. Dando la vida por el hermano, pero de un modo especial por el que más sufre, por el que menos cuenta, por el más insignificante, que son ante Él los poseedores del Reino de los Cielos.
Amar a Dios amando al prójimo, llegando al amor de Dios por medio de nuestro amor al prójimo. Jesús no distingue entre estos dos mandamientos, los hace semejantes, imposible de existir separados. Siempre mezclados, siempre inseparables. Como decía el Apóstol, viendo que no se puede amar a Dios a quien no vemos y no amar al prójimo a quien vemos. Como nuestro amor profundo y sincero, amor solidario y comprometido al hermano, nos lleva de cabeza al corazón de Dios.
Parece complejo, pero es sencillísimo. Arranquemos de nuestro corazón todo odio, toda envidia, todo rencor, toda ambición; y sólo nos quedará amor. Porque nuestro corazón sólo se hizo para amar. Por eso cuando le arrancamos todas las capas que lo afean, sólo nos queda el amor más puro.

Santiago Rodrigo Ruiz

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cualquier comentario ofensivo o fuera de lugar será eliminado inmediatamente. Este es el blog de una parroquia, por lo tanto pedimos respeto por lo que en él se exprese.