DOMINGO ONCE DE TIEMPO ORDINARIO
Cuando se fue me quedé pensando y vi que esta persona tenía parte de razón. Nuestro Dios se deja tomar el pelo con facilidad.
Él sabe de qué barro estamos hechos, sabe de nuestros fallos, de nuestras debilidades. Sabe que volveremos a caer una y otra vez. Pero basta vernos compungidos, con la cabeza baja acercarnos al confesionario, para borrar todo el mal que hemos hecho, para que podamos comenzar de nuevo con alegría, para que podamos volver a caminar con él, felices a su lado.
David cayó una y otra vez, supongo que la mujer del Evangelio también caería más veces, pero Dios los perdonó, y los perdonó porque amaban.
Porque hay una cosa por la que Dios no pasa, cuando un corazón se olvida de amar. Entonces, como diría el profeta, se va volviendo de piedra, ya no se plantea el arrepentimiento, ya no suplicará el perdón, se va convirtiendo en una isla solitaria en un mar vacío.
El amor, a Dios y al prójimo, va a ser siempre mucho más fuerte que el pecado. Ese amor va a ser el que nos va a golpear con dureza en la conciencia, va a ser el que nos haga sangrar el alma ante el mal inferido al hermano. El amor va a ser el que se va a resistir a estar fuera de Dios, alejado de Él y no consentirá la soledad del alma. Ese amor va a buscar la reconciliación, el nuevo abrazo buscando que sea definitivo.
“Mucho se le perdonó, porque mucho amó”. Ese amor le dejo abiertas las puertas al corazón de Dios, y desde el corazón de Dios al corazón de todos los hermanos. El corazón que ama, a pesar del pecado, no puede estar mucho tiempo solo.
Por eso, recordando a aquella persona, veo como Dios se deja tomar el pelo, casi con alegría, por todos aquellos a los que el demonio ha querido arrebatarlos.
Es como si dijera: “.-¿Pero donde vas tú solo, no sabes que sin mi y sin los hermanos no sabes ni andar? Anda, acércate al perdón que te regalo por medio del ministerio de la Iglesia. Vuelve a esta comunidad donde eres amado y donde amas para volver a ser dichoso-.”
Por eso San Pablo dirá en la segunda lectura, que sólo se siente persona unido a Cristo, cosido a Cristo. Donde su carne comienza a ser gloriosa y la cruz ya sólo se manifiesta como signo maravilloso de amor. De un amor que no se encontrará en ninguna otra parte y de ningún otro modo. Sólo se vive si se vive en Cristo.
Santiago Rodrigo Ruiz
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