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viernes, 28 de octubre de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 30 de octubre, Trigésimo Primero del Tiempo Ordinario

DOMINGO TREINTA Y UNO DEL TIEMPO ORDINARIO
Dios no cesa de llamar a todos los corazones, porque a todos quiere acogerlos en sí mismo. Quiere que todos se identifiquen con su persona y con su amor, que todos sepan que en él hay un espacio seguro de paz.
Y por eso comienza con la reconciliación, con un hacer las paces con todos. Las paces con Dios que nos quiere arrepentidos, pero a su lado. Las paces con el mundo, que nos necesita para seguir perfeccionándolo, haciéndolo más habitable, más fraterno. Las paces con el prójimo, al que nuestro egoísmo y nuestro desprecio sumieron en el dolor. Las paces con nosotros mismos, que cuando nos vamos librando de la suciedad del alma, va apareciendo ese ser bello que surgió de las manos de Dios.
Dios llama a Zaqueo y éste siente que dentro de él todo ha cambiado. Lo ha llamado el Señor, y se queda perplejo cuando le dice que quiere estar con él, en su casa, en su intimidad. Sentarse a su mesa, compartir su vida cotidiana, por lo cual lo que sigue a continuación es lo lógico. En su casa ha entrado el Señor, la bondad más absoluta y ya el mal no tiene espacio. Hay que desterrar toda ambición, todo egoísmo, toda injusticia. Y ese espacio ha de ser llenado por la generosidad y la humildad, ha de imponerse la justicia, pero no cualquier justicia, sino la justicia según Jesús, la justicia que brota de un corazón que se ha descubierto amado por Dios.
Recuerdo en una ocasión una mujer hablaba de que veía a la Virgen, otra le dijo que era imposible ya que la veía tan tranquila: .-Porque si yo veo a la Virgen, me cambian hasta los andares-. Le dijo a la otra.
Y es lo que le pasa a todo el que tiene un encuentro de verdad con el Señor, “le cambian hasta los andares”, como le pasó a Zaqueo, su vida dio un vuelco total y definitivo.
Dios llama a todos los corazones. A los de los santos y a los de los pecadores, pero quiere que la primera respuesta a esa llamada sea el cambio y la conversión. Invertir todos los valores que hasta ese momento nos han mantenido y transformarse a esa vida según Dios.
Una vida que tiene como programa y referencia las bienaventuranzas. En el que el perdonar es un gozo, el compartir una alegría, el luchar por la paz y la justicia, una necesidad.
En muchas ocasiones va a ser duro y doloroso, como lo es sanear una herida, pero una vez pasado ese momento comienza la curación, la alegría de esa vida en la que no miramos hacia atrás, no vale la pena añorar una vida que me separaba de Dios, sino adelante, al futuro más luminoso.
Porque aunque nos parezca mentira, aunque suene a casi imposible, este caso se da constantemente en nuestra vida. Cristo nos llama una y otra vez, siempre que pecamos, siempre que nos mantenemos obstinados en nuestro error. Ese error que se repite tanto, el de pensar que nosotros no pecamos, que nuestra vida cómoda y burguesa es lo normal. Aunque recemos, aunque colaboremos en este o en aquel apostolado o hacer pastoral. Cristo nos quiere a nosotros, pero a nosotros, no nuestras cosas, todo eso de lo que nos hemos ido rodeando y que se ha convertido en una barrera entre Él y nosotros. Nos llama, quiere sentarse a nuestra mesa, no una rica mesa llena de manjares que nos separan del hermano necesitado, sino con el pan sencillo, ese pan que iguala y que hermana.

Santiago Rodrigo Ruiz

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