Menu

sábado, 15 de octubre de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 16 de octubre, Vigésimo Noveno del Tiempo Ordinario

DOMINGO VEINTINUEVE DEL TIEMPO ORDINARIO

La oración es un diálogo íntimo con Dios, un diálogo cercano intenso, fraterno. Y su fruto es precisamente ese, la cercanía y la intimidad con Dios, la cercanía y la intimidad con alguien a quien amamos y por quien nos sentimos amados.
Cuando uno busca a un amigo para tomarse un café o unas cañas, no es por el café ni por la cerveza, la tenemos en casa o la podemos tomar solos. Lo hacemos por la cercanía, por el compartir ese rato de intimidad en el que se comparten ideas y experiencias. Y el fruto de ese encuentro es la satisfacción de sentirse apoyado, alegría de saber que alguien está en nuestra misma onda y que va a caminar a nuestro lado, pero que lo va a hacer libremente.
En infinidad de ocasiones le ponemos condiciones a Dios en nuestra oración, ha de estar a nuestra disposición y actuar en aquello concreto que le pedimos y de la forma exacta en que se lo pedimos. Y si Dios no actúa, tal y como le hemos dicho, nos sentimos ignorados y abandonados por él.
Pero Dios siempre escucha, siempre actúa. Pero lo hace a su manera, nos concede aquello que él sabe que necesitamos, lo que necesitamos de verdad. Aunque esté a años luz de nuestra petición concreta. Pero nos concede lo que nos va a engrandecer, nos va a allanar nuestro andar por la vida, nuestro acercarnos a él, va a incrementar nuestra intimidad con él.
Estamos en las semanas de la misiones, las semanas del Domund. Es uno de los momentos en que se nos recuerda el mandato de Jesús de que sea anunciado a todas las gentes, en todas las tierras y en todos los tiempos.
Para este mandato lo primero es la oración. Pero una oración hecha vida, no es sólo ponernos muy compungidos de rodillas y “echarle unos cuantos padrenuestros” para pedirle por los misioneros que “están en América bautizando a los chinitos de África” como me dijo en una ocasión un niño.
Nuestra oración ha de ser un hablar con Dios, al mismo tiempo que ponemos en sus manos lo que somos y tenemos para que Dios sea conocido y amado en todas partes del mundo. Trabajar con denuedo esforzarnos en una constante colaboración con aquellos que, en todo el mundo, anuncian la palabra y la persona de Jesús.
Porque nuestra oración no la podemos separar de la vida. Moisés oraba a Dios por su pueblo, pero estaba allí, acompañándolo en su lucha, andando con él por el desierto, conduciéndolo por la ruta que Dios había Marcado.
El juez inicuo cedió. Pero cansado y asustado de ver allí a la viuda que le pedía justicia.
Dos escucha nuestra oración, cuando ésta va acompañada de un modo de vivir según su voluntad. Cuando nuestra oración se apoya en un vivir según su plan. Lo contrario no sería oración, sería desfachatez, caradura.
Hace poco, meditando estas lecturas con las abuelas de “Vida Ascendente”, mujeres llenas de esa experiencia sabia que dan los años, veíamos que Dios escucha siempre, que interviene siempre, pero según Él, según Dios, que es quien sabe perfectamente cuales son nuestras autenticas necesidades, no nuestras apetencias momentáneas y, en la mayoría de los casos muy egoístas, pues sólo es nuestra felicidad personal la que nos motiva. Y Dios también quiere esa felicidad para nosotros, pero al mismo tiempo de la felicidad del resto de nuestros hermanos.
Santiago Rodrigo Ruiz

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cualquier comentario ofensivo o fuera de lugar será eliminado inmediatamente. Este es el blog de una parroquia, por lo tanto pedimos respeto por lo que en él se exprese.