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viernes, 7 de octubre de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 9 de octubre, Vigésimo Octavo del Tiempo Ordinario

DOMINGO VEINTIOCHO DEL TIEMPO ORDINARIO

La gratitud ha de ser lo que motive constantemente nuestro vivir. Todo lo recibimos, todo lo que tenemos nos viene de fuera. Comenzando por nuestra propia existencia y nuestra persona. Por el aire que respiramos, el sol que nos calienta, la tierra que nos sostiene, los medios que nos permiten vivir. Todo se nos da sin que podamos merecerlo, porque no hay precio para la vida, para la felicidad, para la paz. Sin embargo nos comportamos como si todo lo mereciésemos, como si los otros estuviesen obligados a hacernos felices, como si mereciésemos todo, como si fuésemos acreedores del servicio de los demás, cuya obligación es nuestra dicha personal.
Jesús tiene un gesto de misericordia para con aquellos leprosos. Nueve de ellos reciben la salud como un derecho, son del pueblo santo, Dios tiene la obligación de cuidarlos a ellos. No ven ese don como un regalo maravilloso e inmerecido, como un gesto amoroso hacia ellos. Por eso no sienten la necesidad de la gratitud.
Pero el décimo si lo ha captado, si es consciente de esa gracia que ha recibido. Sabe que quien lo ha curado lo ha hecho por puro amor, porque sólo el amor es el que da a cambio de nada. Bueno a cambio de nada no, a cambio de la felicidad de la persona amada, y Cristo lo ama. Reconoce y agradece, porque la gratitud es el mayor antídoto contra la soberbia. La gratitud es realista, pone las cosas en su sitio y nos hace ver que somos menesterosos del hermano, que lo necesitamos, que nos es imprescindible para podernos sentir personas de verdad.
Y si la gratitud es necesaria ante el prójimo que nos da su amistad, ante Dios es una necesidad imperiosa.
Y no sólo porque todo lo que somos y tenemos lo hemos recibido de él, sino porque es el único que nos puede abrir el camino de la eternidad. Gratitud ante el Dios de misericordia que redime, ante el Dios que, sin necesitarnos para nada, quiere ser nuestro compañero en el andar por la vida.
La última frase de Jesús al samaritano está llena de interrogantes. El samaritano ha reconocido a Jesús, quien es y se postra a sus pies. El samaritano cree en Jesús, y esa fe lo mantiene unido a él, esa fe ha sido su salvación. Pero no sólo de su enfermedad, sino de todo lo malo que lo acecha. Ha reconocido a Jesús y su gesto de gratitud le salva.
Y no queda mas remedio que hacernos una pregunta: ¿Cómo quedan los otros que no han reconocido ni a Cristo ni su milagro de amor?
Y esto es lo que, más o menos, yo predicaría en la misa del domingo. Pero si estuviésemos en ese grupo en el que nos solemos reunir, mi pregunta sería que mirásemos a nuestro alrededor desde pequeños, ver las cosas que hemos tenido, la de gente que se ha esforzado por nuestro futuro, la de gente que hoy está a nuestro alrededor sin parar de darnos cosas.
Porque hemos llegado a pensar que el que vayamos con nuestras carteras por delante ya es suficiente. Desde el panadero que se levanta a las tres de la mañana para que tengamos un pan bueno y recién hecho. Estamos perdiendo el sentido de la gratitud y al perder ese sentido parece que todo nos lo merecemos, hasta el mismo Dios tiene la obligación de darnos la vida eterna, para eso nos hemos portado bien… creo que hemos olvidado ser personas, lo más importante, lo que nos hace ser imagen y semejanza de Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz

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