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viernes, 27 de mayo de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 29 de mayo, Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

DÍA DELCORPUS CHRISTI
Parece todo tan sencillo, tan simple, estamos tan acostumbrados. Llegamos a la iglesia a la hora programada, el sacerdote inicia un ritual que nos sabemos de memoria, con el único cambio de las lecturas y las oraciones. Se inicia un ritual en el que el sacerdote ofrece el pan y el vino, va desarrollando un rito que nos es familiar. Cuando llega el momento el sacerdote comulga y se pone a repartir la comunión la gente se va a cercando, y es tan sencillo. Basta con tender la mano o abrir la boca. Y ya está, luego nos ponemos un poquito piadosos, que se nos pasa al rato. Y hasta la próxima.
Casi nunca somos conscientes de lo que ha ocurrido. No somos conscientes de lo que ha ocurrido. Que la redención se ha desarrollado en el altar. Que desde el deseo amoroso del perdón del primer pecado hasta este momento, todo ha ocurrido. La Encarnación, la Evangelización, la Muerte y Resurrección de Cristo, su Ascensión y la Presencia del Espíritu Santo. Todo ha ocurrido en el altar, que es la presencia amorosa y perfecta del Amor de Dios, que no sólo se entrega sino que se da en alimento. Porque su identidad amorosa para con nosotros, es tan intensa que quiere hacerse uno con nosotros, carne de nuestra carne.
No somos conscientes de que lo que nos está ofreciendo el sacerdote es la entrega absoluta, la santidad perfecta, el amor más intenso. Dios mismo que quiere ser uno en nosotros y con nosotros. Por eso tenemos que acercarnos a la comunión con vergüenza, temblor y una gratitud absoluta. Porque vamos a recibir la vida de Dios que se hace una con nuestra vida.
Por eso cuando siento decir a alguien que no sabe si está preparado para comulgar, siempre pienso que desde luego no, ni yo tampoco. Porque si tras recibir el cuerpo de Cristo, mi vida no se transforma en la vida de Cristo, si mi modo de ser no escandaliza al resto por mi forma de amar, poco sabemos de lo que recibimos, del milagro que es cada misa. Una conversión perfecta.
Por eso hay que comprender que no nos tomen en serio. Hablamos de la Eucaristía a boca llena, pero no nos distinguimos de los que nunca comulgan. Nuestras casas, nuestro consumo, nuestras relaciones, nuestro estilo de vida, son idénticos a aquellos que no han comulgado nunca, y encima los miramos como pobrecitos ateos. Y muchas veces lo que somos es sacrílegos.
Recibir a Cristo es recibir su vida, su entrega, su desposeimiento, su amor y su misericordia. En silencio, sin ruido, desposeídos para que Él sea nuestro único tesoro, nuestro único valor, aquel que con sólo mirarlo, como decía mi abuela, “nos cambie hasta los andares”.
Por eso es el Día de Cáritas, el día en que se nos recuerda que quien se acerca a comulgar, si no se comulga con el hermano más pobre, el hermano mas marginado, el hermano más desposeído, el hermano que más molesta… no hacemos reos de ese Cuerpo y esa Sangre, como dice San Pablo. Cáritas no es una actividad de la Iglesia, de los creyentes, es su esencia, es su razón de ser. Cáritas es el amor y la entrega de Cristo que ha de manifestarse en nosotros, para que hagamos de nuestras vidas una entrega amorosa, como la de Cristo en la cruz y que desde la Pascua se nos da en comida.

Santiago Rodrigo Ruiz

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