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viernes, 6 de mayo de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 8 de mayo, Solemnidad de la Ascensión del Señor

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

El acontecimiento de la Ascensión del Señor se ha presentado, durante muchos siglos, como un acontecimiento físico. El Señor que sube por los aires y se marcha “volando” a algún sitio que está en algún lugar. Los apóstoles y los demás discípulos mirando hacia el cielo deslumbrados, hasta que la distancia no les permite seguir viéndolo. Infinidad de imágenes, tanto en cuadros como en esculturas así lo han presentado.
Los evangelistas varían a la hora de presentar este hecho, Juan, no sólo lo omite, sino que lo une al mismo hecho de la resurrección: “Subo a mi Padre y vuestro Padre a mi Dios y vuestro Dios (Jn. 20,17)”. Aunque tenemos que ajustarnos al lenguaje de la época, en la que subir al cielo era alcanzar el objetivo supremo de la vida humana. Incluso hoy el término “tocar el cielo” es alcanzar el máximo del poder, de la fama y del placer…
La Ascensión del Señor es dejar constancia de que en Él se ha cumplido el proyecto de Dios de tal manera, que la resurrección de Cristo, con la fuerza del Espíritu Santo, lo libera de las ataduras terrenas y lo pone a la derecha del Padre, porque el viene del Padre y vuelve al Padre, en la plenitud de su gloria.
Es en este momento en que vemos como va apareciendo el Tiempo de la Iglesia. Con el Señorío de Cristo, cabeza de la comunidad, cuyo centro de unidad es nuestra fe en Jesucristo, nuestro único Señor. Es también el tiempo del Espíritu Santo, vida y fuerza de la comunidad cristiana que ha de tomar conciencia de que no puede ser de Cristo si no se entrega al Espíritu, porque sin esa obediencia al Espíritu la Iglesia no pasará de una simple sociedad anónima, una multinacional o un gigantesco movimiento social. La Iglesia se conoce a sí misma desde la luz y la fuerza del Espíritu Santo.
Por eso los cristianos no nos podemos quedar mirando al cielo. La Ascensión marca el instante en que somos enviados a anunciar el Reino de Dios a todas las gentes y en todos los tiempos, que somos partícipes de la misión de Cristo, cabeza nuestra,
Pero nuestro anuncio no consiste sólo en buenas y bellas palabras, es confirmar con nuestra vida el hacer de Cristo, que establece el Reino de Dios y su justicia, donde ningún dolor, ninguna injusticia, ninguna opresión no es ajena, porque todo eso se opone al plan de Dios. Ser cristianos en el mundo significa cambiarlo según la voluntad de del Señor. El amor no es una palabra sino un estilo de vida. El perdón no es solo un mandato, sino una necesidad imperiosa del cristiano.
La Ascensión sintetiza, de alguna manera todo el evangelio. Jesús ha venido de Dios, vuelve a Dios, mientras los creyentes nos disponemos a seguir su mismo camino. El mismo Espíritu que guió y animó a Jesús, es el Espíritu que hoy guía y anima a la comunidad cristiana.
Con la Ascensión de Cristo se trasforma la condición humana para abrirnos a la luz de Dios, continuando su misión, en nuestro tiempo y en nuestra historia concreta. Evangelizar desarrollando el Reino de Dios en la tierra. El reino de la igualdad, la justicia, el amor y la paz. Pero no sólo con las palabras sino con nuestro estilo de vivir.

Santiago Rodrigo Ruiz

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