Menu

viernes, 13 de mayo de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 15 de mayo, Solemnidad de Pentecostés

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Era la fiesta en la que los judíos conmemoraban el momento en que Dios entregaba las tablas de la ley a Moisés en el Sinaí. Para ellos era un momento fundante, ya que desde ese momento existía un pueblo, con una ley que los unificaba, que les daba ese ser común al que Dios los había llamado desde su salida de la esclavitud de Egipto. Un pueblo de esclavos que se convertirá en la referencia de la libertad de ser hijos de Dios. Era la fiesta de las siete semanas, en las que hacían nuevo el trayecto desde la primera Pascua, hasta el diálogo directo con el Dios que los había liberado.
Y se repite la historia. Un grupo de hombres y mujeres aplastados por la esclavitud del miedo. Que han visto morir de la peor manera a aquel de quien lo esperaban todo. Aunque es cierto que lo han visto vivo, resucitado, que ha comido con ellos, que les ha dado el mandato y los ha instituido en sus sucesores. Pero no lo han asimilado.
Es en ese momento, como dice la primera lectura, cuando el viento hace crujir todas las cosas, porque el Espíritu Santo no encuentra barreras, todo lo cambia y todo lo renueva. En ese momento los apóstoles, toda aquella comunidad asustada, se llena de la fuerza de Dios, el fuego del Espíritu Santo lo llena todo, les hace salir a las plazas y a todos los sitios a gritar la Gran Noticia. Que Cristo está vivo, que es la salvación, la única Salvación de Dios, que los hombres estamos redimidos en la sangre gloriosa del Señor.
Y para eso el Espíritu Santo derrama sobre ellos sus siete dones con toda su fuerza, con abundancia ilimitada del fuego renovador.
Sabiduría. La que te permite ver las cosas de acuerdo como Dios las ve, para que sean como Él quiere que sean y formen nuestra dicha.
Entendimiento. Para ser capaces de comprender de la forma más profunda y perfecta la Palabra de Dios y la intensidad de su mensaje.
Consejo. Ese que nos permite hacer lo correcto, de saber entender aún en las circunstancia más difíciles y leer en ellas el amor de Dios hacia nosotros.
Fortaleza. Perseverancia, coraje. Esa fuerza que nos permite aceptar la voluntad de Dios y ver siempre en ella su amor, su camino de vida.
Conocimiento. O Ciencia, para saber discernir la voluntad de Dios, descubrir su designio amoroso en los instantes más desconcertantes.
Piedad. La que perfecciona nuestro amor, el don que nos permite ese diálogo amoroso, dialogo constante, de tú a tú, con nuestro Señor, que apaga el dolor.
Temor del Señor. Nunca miedo, sino sentirnos deslumbrados, sobrecogidos ante la grandeza de Dios. De el Dios Creador y todopoderoso, del Dios que se hace pequeño para caber en nuestro corazón. Temor de no amarlo lo suficiente, temor de no entregarnos lo suficiente, de no amar al hermano lo suficiente. Temor de poder estar un solo instante lejos de Dios.
Aquel acontecimiento de Jerusalén va hacer que la Iglesia, nacida de la Pascua del Señor, sea esa comunidad encargada de decir a todas las gentes de todos los tiempos que la redención está concluida, que debemos abrir nuestros corazones y todos nuestros sentidos a la fuerza del Espíritu Santo, el que todo lo renueva, el que todo le hace vivir.

Santiago Rodrigo Ruiz

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cualquier comentario ofensivo o fuera de lugar será eliminado inmediatamente. Este es el blog de una parroquia, por lo tanto pedimos respeto por lo que en él se exprese.