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sábado, 9 de abril de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 10 de abril, Tercero de Pascua

PASCUA, TERCER DOMINGO

Es una escena que me hace pensar mucho. Los discípulos actúan por su cuenta, y a pesar de trabajar mucho no consiguen nada. Cuando el Resucitado les indica como hacerlo consiguen una gran pesca. El ciento cincuenta y tres es un número de la cábala que significa la totalidad de las totalidades, no hay nada más. Es decir el fruto se consigue si se sigue a Jesús vivo, si nuestro hacer es según su Corazón y su Espíritu. Y eso conlleva la alegría de ver como las gentes alcanzan la vida que Cristo da con su Pascua.
Los domingos por la tarde, cuando celebro por última vez la Eucaristía, ya lo he hecho otras dos veces, intento darle intensidad. Darle la importancia que merece, hacerlo con paz e intentar transmitir el misterio insondable que se está celebrando. Pero muchas veces me pregunto si le he dado alegría, si he transmitido entusiasmo, el gozo de vivir la experiencia del Resucitado que todo lo cambia que todo lo renueva.
Creo que no somos conscientes de que Jesús nos sale constantemente al camino, que nos indica como hemos de hacer las cosas, que nos dice que sólo con Él podremos dar frutos abundantes. Que no es mi fe la que levanta la Iglesia, la que le hace vivir y crecer, que es Él. Pero al mismo tiempo nos dice que confía en nosotros y que nos está mirando con su gracia.
En aquella pesca la barca era de ellos, así como la red y su esfuerzo, y era de ellos de donde querían sacar el fruto. Pero hasta que no aparece el Señor, hasta que no les marca el modo y ellos aceptan, no consiguen nada. Pero con sus indicaciones, con la fe en Él, la pesca es abundantísima. Jesús se fió de ellos y ellos de Jesús y todo funcionó perfectamente.
Tendemos a centrarnos en esta o aquella persona dentro de la Iglesia que nos atrae, que nos encandila, pero cuando esa persona calla o desaparece, nos quedamos como desamparados. Lógico, sólo nos hemos fiado de nuestras fuerzas o las de alguien como nosotros, no ha sido Jesús el guía de nuestra vida, no ha sido su palabra y su persona las que nos han movido, por eso nuestro entusiasmo ha durado poco y los frutos han sido nulos. Nuestra vida no ha dado ningún vuelco para transformarnos al gozo de Cristo.
Las apariciones del Señor resucitado siempre van unidas a una comida, es decir, son apariciones eucarísticas. Porque es en la Eucaristía donde nace y se rehace constantemente la Iglesia, la comunidad de los bautizados que quieren vivir su propia pascua con la Pascua de Cristo.
Es en la Eucaristía donde nos encontramos los hermanos, donde se derrama la misericordia de Dios a manos llenas, donde compartimos el Pan y la Palabra, donde nos damos el abrazo que unifica y que convierte.
Una Eucaristía, siempre presencia de Cristo Vivo, que no termina, que no puede terminar en el templo, en el ritual litúrgico. Ha de pasar a nuestras casas, a nuestros trabajos, a nuestras relaciones sociales, para transformarlas en momentos de su presencia, en vida que nos hace verlo todo nuevo. Entonces si habrá fruto, una pesca abundante, desde esa barca que es la Iglesia y con esa red que es el amor de Dios. Una pesca suya en la que nos vemos incluidos, porque estamos incluidos en su amor.

Santiago Rodrigo Ruiz

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