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viernes, 22 de abril de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 24 de abril, Quinto de Pascua

PASCUA, QUINTO DOMINGO

La temática de este domingo nos hace dirigir los ojos hacia el interior de nuestra comunidad cristiana para preguntarnos cual es nuestra identidad, cual es nuestro estilo de vida, para hacernos dos preguntas importantes. ¿Quiénes somos los cristianos y en qué nos distinguimos de los demás? La segunda es ¿Cuál es el estilo de nuestra comunidad cristiana y de qué tipo son nuestras relaciones?
No es cuestión de que busquemos muchas respuestas raras y retóricas, hablar y hablar para no decir nada concreto. Las lecturas de hoy nos dan la respuesta de una forma, no clara, sino diáfana. El amor como único instrumento. Pero no un amor cualquiera, no un amor teórico que no nos lleva a nada. Es amar como Jesús nos ha amado, como Jesús nos ama. O lo que es lo mismo, amar hasta dar la vida por los demás.
Y esto no nos lo da sólo haber nacido en una familia cristiana y ser cristiano de siempre. Ni nos lo da sólo haber recibido un impacto espiritual que nos haya llevado a la conversión. Ni nos lo da sólo el asistir a misa y cumplir todas las normas de la Iglesia.
Si nos damos cuenta todos tenemos un montón de acreditaciones. El carné de identidad, el pasaporte, la tarjeta de la seguridad social, el de ese club al que pertenecemos… Pero no existe ningún documento que nos acredite como cristianos, sólo la palabra del Señor: “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”.
Por eso decir que somos cristianos si no amamos es una falsedad. Por eso asistir a la eucaristía, participar en ella y no amar al prójimo, es engañar a los demás. Cuando nos confesamos y pedimos el perdón, sin perdonar nosotros a los demás, es una inmensa hipocresía. O lo que es peor, rezar sin amar a los demás es decir palabras vacías, es utilizar el Santo Nombre de Dios en vano.
Ser testigo de Jesús sólo se puede ser desde el amor. Sólo podemos darlo a conocer a los demás desde el amor. Sólo podemos mostrar su camino de redención y vida desde el amor.
Si la Iglesia queremos dar una señal, si queremos ser señal, de que Cristo está vivo entre nosotros, sólo lo podremos hacer desde el amor. Porque sólo el cristiano que ama puede emitir esa señal de que Dios está entre nosotros, de que ha derramado su misericordia a raudales.
Pero volvemos al principio. Amar como Él nos ama, es decir, dando la vida por los otros, haciendo de nuestra vida una ofrenda. El amor de Cristo. Como lo definiría San Pablo en su maravillosa carta a los corintios: un amor generoso, que no presume, que no exige, que no pone precio, que no es egoísta, que hace que nos demos sin límites… “Si os amáis unos a otros como yo os he amado” Un amor tan transparente, tan nítido que hace que todo se vea claro.
Por eso tenemos que presentarle al Señor un corazón repleto de rostros humanos, los de todas las personas que nos necesitan, en las que volcamos nuestro amor como un sacramento de entrega y solidaridad. Ese amor que nos engrandece, que se va haciendo mayor cuanto más se entrega, que nos desborda hasta mezclarse con el amor de Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz

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