PRIMER DOMINGO DE CUARESMA
Pero no todo es negociable sin tener que renunciar a lo más valioso, que es al fin y al cabo, lo que el diablo nos quiere arrebatar. Por ejemplo, rezamos por el hambre en el mundo, que se acabe la miseria, etc.; pero sin mirar nuestra mesa y nuestra despensa, con lo que nuestra oración, por muy bien que esté hecha, es mas falsa que una moneda de un euro de plastilina.
Con el demonio, nunca, nunca, se puede negociar, porque si coge la iniciativa, y la coge siempre, estamos perdidos. Esa iniciativa es lo que llamamos tentación, que es un atentado a nuestra dignidad y nuestra fe, pero astutamente camuflado.
En Jesús fue una constante a lo largo de su vida. Y desde ese “apártate de mi Satanás” del desierto, hasta el “…no se haga mi voluntad sino la tuya…” de Getsemaní, Jesús nunca negoció con el tentador. Lo fue echando con fuerza todas las veces que se cruzó con Él a lo largo de su vida. Nunca le ofreció una alternativa, algo para que lo dejara en paz. Dios se había hecho hombre para amarnos, para redimirnos, pagando por ello lo que fuera preciso, y eso no era negociable.
En esta ocasión lo vemos en el desierto, despojado de todo, sólo con lo más esencial, su amor y su obediencia al Padre, la claridad de su misión y como debía llevarla a cabo. Por eso no acepta las “ofertas y regalos” del tentador que quiere “facilitarle” su misión. No negocia, no atiende otras cosas, lo expulsa y no se desvía de su camino. Porque Él es la misericordia de Dios para los hombres y no precisa ningún añadido para seguir hasta su meta como liberación y salvación nuestra.
Por eso el desierto es el mejor marco para vencer las tentaciones, lejos y ajenos a tantas cosas que nos hemos echado encima, con la seguridad de que para ser felices. Por eso cuando el tentador nos ofrezca el poder, el dinero, la gloria, como a Jesús, podremos ver que no necesitamos nada de eso para ser felices haciendo felices a los demás. Porque nada de lo que nos rodea, todo lo que se puede comprar y vender, nos va a hacer realmente felices, nos va a dar el futuro y la eternidad.
Por eso, esos tres elementos que se nos propone para la Cuaresma, son un arma maravillosa para vencer las tentaciones. El ayuno que nos despoja de lo material, que hace que veamos que es muy poquito lo que realmente necesitamos, que el resto solo enmascara nuestra mediocridad y nuestra miseria. La limosna, la solidaridad fraterna, ver que cuanto más damos y más nos damos somos más ricos, más grandes, tenemos más, el corazón de Dios. La oración, un dialogo constante e íntimo con el Dios de las misericordias, saboreando el infinito amor que nos tiene.
Santiago Rodrigo Ruiz
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