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jueves, 21 de mayo de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 24 de mayo, Solemnidad de Pentecostés

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

Podemos imaginarnos una empresa. Se ha sopesado el producto a vender y se ha visto lo bueno que es, se han construido las instalaciones para elaborarlo, se tiene personal cualificado, las vías de distribución y se ha visto como llegar a los clientes. Parecería que todo está hecho, pero nada se puede poner en marcha si no hay un elemento organizador y animador. Que dinamice la producción, armonice a los productores, entusiasme a los vendedores y haga que el producto llegue sin parar a la gente que se siente feliz al usarlo. Es preciso un motor que todo lo mantenga constantemente en movimiento.
Desde antes de los tiempos Dios crea un plan de salvación para el hombre. Se encarna y se hace presente entre nosotros para concretarnos ese mensaje de salvación. Con la Pasión y la Pascua se elimina el poder del pecado y de la muerte que nos atenazaba. En la Ascensión Cristo llega al máximo de su gloria y con ella se queda entre nosotros.
Pero hace falta un elemento que todo lo mantenga en movimiento, operante, que haga que ese plan de Dios sea redentor, transformador de la realidad para llevarnos al gozo del Padre. El Espíritu Santo, la fuerza divina que mantiene la voluntad amorosa de Dios en marcha y actuante.
El que se cernía al principio de la creación, que empuja a los patriarcas, que anima a los profetas, que hace del vientre de una joven un tabernáculo para el mismo Dios, que acompaña a Cristo en todo instante y que rompe todos los miedos y todas las dudas de aquellos hombres asustados y los lanza al mundo a una misión que no ha podido detener ni el tiempo ni la historia y que no se detendrá por los siglos de los siglos.
Pentecostés es el tiempo de la Iglesia, de la que Cristo es cabeza y el Espíritu Santo la fuerza que la hace seguir adelante. En Pentecostés  se inicia el tiempo de los apóstoles que ven la misión a llevar como un don maravilloso. En Pentecostés aparece la misión de los mártires, que a través de la historia han manifestado, y manifestarán, que la vida entregada por amor es la que se conserva realmente. En Pentecostés los santos han comprendido que la mayor de las perfecciones es dejarse conducir por el Espíritu Santo, para que la vida sea un instrumento útil las manos de Dios. En Pentecostés se inicia el camino de los misioneros, para los que el mundo entero es un lugar para que Cristo sea conocido y amado, y para lo que cualquier sacrificio y cualquier trabajo es un gozo. En Pentecostés aparecemos nosotros como miembros de la Iglesia, de esa comunidad convocada en el amor de Dios.
Porque nosotros, sin darnos cuenta, hemos recibido el Espíritu Santo. El que nos trae la alegría y el consuelo, el que nos sana y nos alimenta la vida, el que nos defiende y nos fortalece, el que nos aconseja y nos empuja, el que nos llena de la sabiduría que mana del corazón de Cristo, el que nos ha regenerado y ha hecho que le pertenezcamos para siempre y que nada nos puede separar del amor de Dios, el mayor de los tesoros.
Por eso yo os invito a la oración constante. Que venga el Espíritu Santo, que anime nuestra fe pequeña y vacilante. Que nos invite a vivir confiando en el amor insondable de Dios nuestro Padre a todos sus hijos.
Es el fin del tiempo de Pascua, cuando se nos vuelve a decir que hemos sido revestidos del Espíritu Santo que alienta nuestro caminar por la vida.

Santiago Rodrigo Ruiz

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