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viernes, 1 de mayo de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del próximo domingo 3 de mayo, Quinto de Pascua


QUINTO DOMINGO EN TIEMPO PASCUAL

En mi ya larga vida de sacerdote, ha habido una cosa en la que he tenido un cuidado extremo. Que todos aquellos que se iban incorporando a la parroquia, como los que ya estaban cuando llegué, lo hiciesen por amor a Cristo, no por apego o simpatía hacia mi. Aunque peque de inmodestia tengo que decir que en eso he tenido algo de éxito. Tras mi salida de cada una de las parroquias, la mayoría, han seguido trabajando, felices y contentos, con su nuevo cura en los que yo sólo soy un recuerdo, que poco a poco casi ha desaparecido.
He visto caer demasiadas cosas, grupos y proyectos cuando la motivación era este o aquel cura, este o aquel animador o catequista. Cuando han desaparecido, todo se ha venido abajo, o algo peor, se han quedado hechos una isla, sin contacto o incidencia con el resto de la parroquia o comunidad.
Sólo Cristo es capaz de convocar de un modo sólido, duradero. Sólo Cristo es la “única vid” verdadera, donde podemos dar frutos, donde crecer, donde hacernos fuertes y duraderos. Sólo unidos a Cristo rompemos ese cerco de sentirnos los maravillosos, los que mejor hacemos las cosas; es decir, hacer un cristianismo nocivo e inútil. Es ser cristianos según Él.
Cristo es la verdadera vid, sólo por Él y desde Él entra la savia nueva que da la fuerza, que hace gritar la fe, que transforma el modo de vivir, que llena de entusiasmo los corazones.
La imagen de la vid y los sarmientos la entendieron perfectamente aquellos que escuchaban a Jesús. El vino era un elemento de alegría y de fiesta. Por eso Jesús utilizará muchísimas veces estos símiles. El “vino nuevo” y el “vino viejo”, los “odres nuevos” y los “odres nuevos”, los “trabajadores al la viña”, etc. Eran símiles, como el pastor y las ovejas que le permitían hacerse entender perfectamente.Pero nosotros también lo entendemos perfectamente. Sabemos que si nos mantenemos unidos a Cristo, en nuestra comunidad, donde se centra todo en esa mesa eucarística, donde Él se nos da como alimento y vida, daremos fruto abundante, seremos sarmientos que se extienden hacia el hermano para transmitir esa savia de amor que nos llega de Jesús.
Sin embargo hay algo imprescindible. Si recibimos la savia, la fuerza de Cristo, nuestros frutos, nuestro estilo de vivir ha de ser el de Cristo. Y todo el mundo ha de ver esos frutos que el Señor da por nosotros. Frutos de amor y misericordia, de solidaridad y entrega amorosa. Que nos haga sentirnos ajenos a esos “secuestros” de consumo, de aburguesamiento insolidario, de sentirnos los “buenos de la película”, siempre instrumentos y logros del demonio.
Cuando la savia de Cristo corre por nosotros, es Cristo el que se manifiesta en nuestras vidas. Son los sentimientos de Cristo los que afloran en nosotros. Es la vida de Cristo la que hemos de vivir, porque es Él el que vive en nosotros.
Por eso nunca podemos bajar la guardia, porque el demonio nunca va a dejar de intentar arrancarnos de la vid que es Cristo. Y si para eso tiene que utilizar a esta o aquella persona, a este o aquel religioso o sacerdote… para que no recibamos la savia del Señor, para que estemos recibiendo su savia, que nos puede convencer de que vivimos según Dios, pero estando muy lejos de Él. Vivir unidos a la verdadera vid, dando frutos que muchas veces nos desconcertarán, pero que serán fuente de alegría, paz y comunión fraterna con todos.
Santiago Rodrigo Ruiz

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