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lunes, 16 de febrero de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Miércoles de Ceniza (18 de febrero)

MIÉRCOLES DE CENIZA

Siempre que me veo ante la Cuaresma recuerdo aquella frase, que no se de quien es: “Levántate y camina hacia la Pascua”.
Parece como si este tiempo fuese de sacrificio, exclusiva mortificación y sufrimiento para poner contento a Dios, que mira nuestros pecados con ira, para aplacarlo y que no nos fulmine con todos los males imaginables.
Todo lo contrario, la Cuaresma es un tiempo de alegría y de ilusión, de preparación gozosa. Yo lo podría comparar como cuando te avisan que alguien muy querido tuyo viene a verte, a estar contigo. Te esfuerzas como nunca, arreglas la casa, le preparas el mejor lugar, que limpias con ilusión le pones lo mejor. Vas renovando aquellos recuerdos aquellos momentos, aunque algunos sean tristes, de la vida de ambos, lo haces convirtiéndolo en el momento de dicha que te espera. Te desprendes de tus bienes para comprar las cosas más ricas, para preparar la mesa más maravillosa. Y cuando llega es plenitud de gozo, donde el esfuerzo hecho ha sido poco.
Es igual, exactamente igual. Nos han dicho que Cristo está vivo, que quiere compartir con nosotros, que la Pascua es una realidad tan fuerte que tú eres parte de ella. Por eso tenemos que arreglar el alma, limpiarla del pecado que la afea, de las faltas de caridad que la deforman, eliminar todo aquello que nos deshumaniza. Meter con fuerza la  mano en  nuestro bolsillo, compartir con los que nada tienen. Perdonar pidiendo perdón por nuestras ofensas, pero sin crecernos, con la sencillez de quien se siente necesitado del perdón de Dios y de los hermanos para ir alegre por la vida.
Vivir la Semana Santa, pero con la mayor sensación de gratitud a ese Cristo que no escatima nada para devolvernos la vida eterna que el pecado siempre nos ha querido arrebatar. Por eso la noche de Pascua ha de ser una explosión gozosa, porque estamos haciendo nueva la vida que Dios nos dio en la creación del mundo, con aquellos primeros hombres y mujeres que no entendieron que vivir junto a Dios era el modo perfecto de vida y se fueron por el camino triste y oscuro por donde el demonio los condujo. Es la noche de abrir los ojos del alma, de la inteligencia y de la voluntad para ver la vida nueva.
En el mensaje para la Cuaresma del Papa Francisco nos recuerda que Dios no es indiferente al mundo, que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo para la salvación de cada hombre. Por eso el pueblo de Dios tiene la necesidad de renovación para no ser indiferente, para no cerrarse dentro de sí mismo y pensar que puede ser feliz él solo. Sólo desde la caridad Dios puede romper ese caparazón, a veces de rezos, devociones y cosas piadosas, que nos hemos hecho y que nos aleja más y más de Dios.
Tenemos que recordar que Dios sólo nos pide lo que nos ha dado primero. Por eso tenemos que trabajar para que toda la sociedad cruce ese umbral que la separa de Dios. Y hacerlo desde y con los más pobres y marginados. Con una caridad realista, no con esas beaterías que nos permiten volver a nuestro confort tras la oración y seguir tan felices, sin que se nos haga el alma trizas ante el sufrimiento de nuestros hermanos.
No perdamos la ocasión que nos ofrece la Cuaresma. La ocasión de renovarnos. Que al recibir la ceniza sobre nuestras cabezas nos sintamos pequeños ante Dios, pero sabiéndonos totalmente amados por Él.

Santiago Rodrigo Ruiz

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