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jueves, 12 de febrero de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 15 de febrero, Sexto del Tiempo Ordinario

TIEMPO ORDINARIO SEXTO DOMINGO

Nunca como ahora se ha alardeado tanto de derechos y de leyes que defiendan nuestros derechos. Se nos llena la boca diciendo que somos ciudadanos de pleno derecho y que la sociedad completa está a nuestro servicio.
Pero nunca se ha marginado como ahora. Nunca como ahora se ha apartado de la convivencia social a los que nos son molestos, a los que no nos son gratos, a los que afean nuestro entorno, que ha de ser ameno, bello y placentero. Con la ley en la mano llevamos décadas creando guetos, algunos bellos y estéticos, pero guetos en los que encerramos todo aquello que nos molesta.
Antes los ancianos eran ancianos en la familia, un punto de referencia para todos, especialmente para los más pequeños. Hoy proliferan como nunca las residencias de ancianos, en las que se encierran a aquellos que ya nos son rentables, ni económica ni socialmente. Y lo hacemos con el cinismo de decir “allí están mejor atendidos” y los dejamos consumirse y secarse de soledad y tristeza.
El enfermo terminal, el que puede ser contagioso, el drogadicto, y todo aquel que no entra en nuestros valores. Los leprosos de ahora para los cuales fabricamos lugares, leproserías, donde van a ser acogidos, pero lo más lejos posible de nosotros.
Aunque podemos extendernos al excluido social, al excluido religioso, al emigrante, al pobre, que sólo quieren las migajas de nuestra mesa. Migajas de atención y migajas de cariño. Pero para ellos hemos preparado “personal muy cualificado” para que vivan “con dignidad”, al tiempo que les negamos nuestro calor y cariño, los atendemos con el mando a distancia.
Pero Jesús no entra por normativas ni conveniencias sociales. En el leproso sólo ve alguien a quien amar. Alguien a quien acercarse para decirle que es amado de Dios, es amado de Cristo. Y se acerca, lo toca sin miedo al contagio y quiere que sea curado. Jesús es la misericordia que precisa ese hermano sufriente, la misericordia que le permite recordar que es una persona, imagen y semejanza de Dios, que no ve en él la lepra, sino un corazón sufriente, precisado de cercanía y compasión, de sentirse junto a un hermano que lo ama. Y mientras la sociedad huye con miedo al contagio, Jesús lo toca, le dice que está curado. Y con tristeza le dice que vaya para que lo reconozcan limpio, que la “ley” lo vuelva a ver como un ciudadano más. Y se lo dice con tristeza porque ha visto la dureza del corazón de la gente.
Y lo bueno es que no vemos nuestra propia lepra. No vemos como se nos va cayendo el alma a jirones, con una lepra infinitamente más destructiva que la que se come la piel. Porque esta lepra nos va arrancando jira a jira la compasión, la misericordia, el amor hacia el otro, hacia el que nos necesita. Porque esa lepra nos va desfigurando de tal forma que perdemos la imagen que nos asimila a Dios. Una lepra que destroza y deja sin sentido nuestra vida religiosa, que deja vacía de contenido nuestra oración, que ciega nuestros ojos de tal modo que no vemos en el hermano que nos necesita al mismo Cristo.
Pero aún esta lepra tiene curación, pedirle a Jesús que nos toque, que vuelva a nuestra alma la fuerza de la vida, la fuerza de su vida. Esa lepra que es el pecado que todo lo destruye y lo corroe, pero que la mano de Jesús puede apagar para quedar tan limpios como cuando salimos de las aguas bautismales.

Santiago Rodrigo Ruiz

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