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jueves, 18 de septiembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 21 de septiembre

VIGÉSIMO QUINTO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que estábamos tomando café un domingo en el que se había proclamado el mismo evangelio de hoy, y una señora del grupo dice que Dios es injusto, porque si uno ha estado portándose bien toda la vida y otro se arrepiente y se convierte en el último momento, Él los “empareja” a los dos igual. Yo le dije si no había gozado toda la vida haciendo el bien, si no había gozado haciendo felices a los demás. Ella me dio que si, entonces le dije que ya había tenido aquí su paga, y lo que haya de hacer Dios, dejémoselo a Él. Otra señora la dijo: .-Hija, es que hasta a Dios le quieres llevar la contabilidad-. Y todos acabamos riendo.
Y creo que ese es nuestro error, porque queremos que los principios de Dios sean como los nuestros. Su concepto de la justicia sea como el nuestro, fulmine y olvide de una forma tajante a los pecadores, a los que nosotros vemos ajenos a nuestro modo de ser y pensar, que pasen a la lista de los reprobados sin esperanza.
Pero Dios no es como nosotros. Él espera siempre, hasta el último instante nos espera con los brazos abiertos, con su perdón y su misericordia preparados para acogernos, con alegría, sin resentimientos. Porque a Él se ha de volver con la confianza de ser acogidos en el amor, sin miedo al castigo, sin miedo a esa expulsión eterna. Volver con la pena de no haber amado más, de no haber construido más, de no haber sembrado más alegría y más fraternidad.
Porque quien convierte su vida en una entrega amorosa a Dios en los hermanos, quien hace de su vida un instrumento de paz y de dicha para el prójimo, quien ha transformado su existencia en un amor incondicional a los hermanos, no es que tenga que esperar el premio futuro, es que ya está gozando aquí de la vida de los bienaventurados porque ha hecho de su vida una presencia de Cristo.
Muchos le pasan factura a Dios por sus actos, pero es que en esos actos no ha habido amor, ha habido miedo al castigo. Es como antaño los de la hermandad de la ánimas se paseaban por las noches de los viernes del mes de octubre gritando: “Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuando”. Excitar el miedo al castigo eterno a esas llamas que no acaban, al infierno implacable, pero no a ese amor infinito que es capaz de mover el mundo.
Todos somos llamados a la “viña del Señor”. Los que llegan a primera hora disfrutan todo el día de compartir y vivir el plan de Dios, de gozar de su amor desde el primer instante, de construir junto a Él. Por ejemplo, a la misa del domingo no hay que ir sólo porque es un mandato de la Iglesia, sino a gozar de la presencia de Cristo, que en el altar desarrolla el mayor milagro de amor imaginable, porque voy a compartir el cuerpo de Cristo y su Palabra con todos los hermanos y ese es el mayor premio imaginable.
En una de mis parroquias anteriores había tres hermanos que por cuestiones de herencias se pelearon y uno de ellos rompió con los otros. Murió la madre y no apareció. Cuando estaba yo en la casa haciendo las oraciones para iniciar el entierro apareció el hermano, todo fueron lloros y abrazos y los tres abrazados iban tras el ataúd. Cuando salieron de la iglesia y se fueron al cementerio, una señora me dijo: .-Que pena que la madre no haya podido ver ese abrazo de sus hijos-. Le respondí: .-Que se cree usted eso, lo ha visto y bien visto-.

Santiago Rodrigo Ruiz

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