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jueves, 11 de septiembre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 14 de septiembre

VIGESIMO CUARTO DOMINGO, EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

Recuerdo en una ocasión, en una de las primeras Edades del Hombre, en Valladolid, dedicada a la imaginería, uno del grupo y yo nos quedamos parados ante uno de los maravillosos crucifijos que se exponían, y me dijo: .-¿Cómo seremos capaces de seguir pecando viendo un amor tan grande?-.
Y es cierto, si algo define a la cruz es el amor. Porque la cruz no la podemos mirar sin ver en ella a Cristo crucificado y en Él el amor más grande que podamos imaginar de Dios para con nosotros. La cruz es ese nudo que ata para siempre al hombre con Dios. Es el pecado y la misericordia juntos, es el triunfo de la vida ante la derrota definitiva de la muerte.
Pero a la cruz no le podemos quitar su dramatismo. Es el signo del tormento, del sufrimiento mayor que en aquel tiempo podían imaginar. En la cruz esta Cristo agonizando, desangrado, con la boca seca, con esa asfixia que cada momento se hace más fuerte e insoportable. En la cruz está Cristo desnudo, le han arrancado su dignidad, desnudez que para un judío es la mayor de las humillaciones. Una agonía que se prolonga durante horas. Una muerte injuriosa marcándosele como un criminal de la peor calaña. No, a la cruz no le podemos quitar su dramatismo.
Pero la cruz es también victoria, es un árbol de vida. Es la victoria sobre la muerte, porque el que está ahí colgado, el que muere en esa cruz va a romper la muerte para siempre con su Pascua. Ese instrumento de muerte será el inicio de la vida, ya que la vida allí clavada no termina para siempre, todo lo contrario, en esa cruz comienza a brotar la vida como un fruto maravilloso, opuesto al de aquel árbol en el que comenzó el pecado y la muerte. Es victoria contra el pecado, ya que esa sangre que ha corrido sobre ella, esa sangre que ha empapado el suelo, es el perdón más absoluto, la misericordia más perfecta. La cruz es victoria sobre todo lo que ha sometido al hombre.
La cruz es salvación para nosotros. Como dirá San Pablo, que nuestra vida y nuestra gloria es Cristo, y éste crucificado. Nuestra salvación empieza y está en esa cruz, la que Cristo abraza y nos invita a que le acompañemos con la nuestra, para que si la aceptamos y la asumimos se convierta en salvadora con la suya. La cruz de cada día, la que nos humaniza, la que hace que miremos al hermano como tal, la que nos lleva al perdón, el dado y el recibido. En la cruz se pronuncian las frases que plenifican nuestra esperanza: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Por eso siempre que queremos marcar un lugar o una situación lo hacemos con una cruz. Las cruces que gritan desde la parte más alta de nuestras iglesias, hasta las cruces que esperan la vida plena sobre nuestras tumbas. La cruz que colgada al cuello golpea nuestros corazones.
Por eso la cruz ha de ser exaltada, venerada y adorada. Y cuando miramos la cruz vacía es una proclamación solemne de la Pascua. Porque el que murió ya no está allí, ha resucitado. La cruz que hizo que los mártires supiesen que esta vida es sólo paso a esa vida que Cristo nos marca con los brazos abiertos en ella. La cruz que hace que tantas personas dejen sus casas y su gente y se vayan a gritar a Cristo muerto en la cruz y resucitado a todos los confines de la tierra, sin mirar en sus personas, sino en la alegría del mensaje que llevan. La cruz es signo y señal de paz, porque la paz es el fruto del amor y la justicia, que manan de la cruz como su manantial inagotable.

Santiago Rodrigo Ruiz

1 comentario:

  1. Un excelente comentario, en el hay mucha materia para reflexionar y rezar.
    Gracias

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