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viernes, 30 de mayo de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Domingo de la Ascensión del Señor (1 de junio)

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Recuerdo en una ocasión en que un joven, un poco pedante, que se había ido de soldado profesional, nos contaba su ascenso a cabo primero con mucho entusiasmo. Cuando se fue uno del grupo dijo: .-Si un día lo ascienden a teniente, ni la ascensión de Señor-.
Cuando el Hijo de Dios, la Palabra eterna, se encarna, se autolimita. Va a verse como un ser humano, con las necesidades y circunstancias de cualquier ser humano. Reducido a un espacio concreto y con la movilidad de cualquier ser humano. Él pondrá su centro en Cafarnaún y desde allí se moverá por aquellas tierras, pero siempre en las distancias que cualquier hombre puede desplazarse.
Sin embargo con la Pascua, Cristo rompe estas fronteras, aunque su presencia sigue estando en ese entorno, con aquellas personas que ha conocido y a los que ha encargado seguir su labor entre los hombres.
Pero en la Ascensión Cristo recupera la totalidad de su gloria. Ya no hay fronteras para Él, nada lo limita, nada lo reduce. Comienza a ser realidad lo que tantas veces dijo, que donde se reuniesen dos o más en su nombre, Él estaría con ellos, en medio de ellos, fuese donde fuese, sin fronteras ni distancias. Pero Él, Cristo en su totalidad, sin cortes ni reducciones, Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre.
Es el Cristo eucarístico, es la presencia real, auténtica. Con su cuerpo y su divinidad. La presencia del Señor con nosotros no es menor ni menos intensa de cuando paseaba con sus discípulos a orilla del lago. Su Ascensión es que ya los cielos y la tierra son uno en Cristo.
Y que se nos quite de la mente una presencia como si fuese un fantasma. El Cuerpo de Cristo que comulgamos es el mismo que le dio la Virgen María en sus purísimas entrañas. Es el mismo que cargó con la cruz y que fue clavado en ella. El mismo que fue sepultado. El cuerpo que rompe la muerte en la mañana de Pascua.
El cuerpo ascendido a los cielos, glorificado en la grandeza de su divinidad. Pero que nos aguarda en el sagrario. Sintiendo con nosotros, sufriendo ante nuestro pecado y gozando en nuestros gestos de amor y entrega. El que se alegra al vernos pasar y postrarnos ante Él, que nos escucha, que nos contesta. Que siempre espera nuestra total conversión, nuestra identificación con Él, hacer de nuestra existencia una con la suya.
Pero la Ascensión del Señor tiene otra cosa maravillosa para nosotros. Es que nos abre el camino hacia Él, nos muestra nuestro futuro participando de su vida y de su gloria. Nos enseña cual es nuestro futuro, el que iniciamos el día de nuestro bautismo, cuando fuimos ascendidos a la condición de hijos de Dios, cuando pudimos mirarlo cara a cara sin sombra de pecado. Cristo nos muestra esa ruta existencial, que será plenamente gozosa si no nos apartamos de su camino. Si la andamos alegres con nuestra cruz, sabiendo que la mayor parte del peso lo lleva Él, una ascensión hacia el seno del Padre con la fuerza del Espíritu Santo.
La Ascensión de Cristo, nuestra ascensión porque siempre lo tenemos a nuestro lado, siendo parte de nuestro ser. Que a veces nuestro pecado lo empaña pero que Él siempre limpia cuando lo miramos arrepentidos de verdad.
Cristo Total, Cristo Glorioso, en la plenitud de su divinidad, pero presente en su Iglesia, cercano a cada uno de nuestros corazones, mostrándonos el futuro por ese camino que Él abre en su gloriosa Ascensión a los cielos.

Santiago Rodrigo Ruiz

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