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jueves, 1 de mayo de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Tercer Domingo de Pascua (4 de mayo)

TERCER DOMINGO DE PASCUA

Recuerdo en una ocasión, cuando la gran sequía de los años noventa, desapareció hasta la broza de las orillas de la carretera, todo se fue secando. En noviembre de mil novecientos noventa y cuatro comenzó a llover en abundancia, en pocas semanas todo volvió a ponerse verde. Una tarde salí a dar un paseo y me encontré con un anciano que, mirando fijamente el campo, me dijo muy emocionado: .-Qué cosas, señor cura, pensé que estaba todo perdido y ya ve, ha resucitado la hierba-. Me quedé mirando con él y pensé que la vida era incontenible. Dios es la vida y Dios es incontenible.
Los discípulos de Jesús lo habían acompañado en todo momento, habían escuchado su palabra mil veces su palabra, testigos de sus signos y milagros, pero no habían captado quien era Jesús realmente.
Tras la pasión y muerte de Cristo su esperanza se fue secando, no veían futuro por ningún sitio. Hacía falta una lluvia abundantísima, un caudal inmenso de ilusión, un torrente de entusiasmo y de alegría. Y todo ocurre, todo se cambia. Cristo resucita y vuelve la vida.
Pero no todos lo fueron asimilando al mismo tiempo. Dos se van desconsolados a una aldea cercana a sus asuntos. Se les acerca un caminante, les molesta, sobre todo cuando les pregunta qué es lo que ha pasado. Y comienza la transformación, el caminante les habla y su corazón se va esponjando, se va llenando de fuerza y de vida. Por eso cuando el caminante hace ademán de seguir sin ellos, le piden por favor que se quede, que siga con ellos, que comparta el pan. Y cuando el caminante pronuncia la bendición y parte el pan ocurre todo.
Ya saben quien es, lo han reconocido, es Jesús vivo con ellos. El Caminante desaparece pero ellos no se pueden quedar allí, vuelven a Jerusalén, corriendo, saltando de alegría. Ahora lo han entendido todo, ahora saben lo que quería decir Jesús cuando hablaba de estar siempre con ellos. Llegan, seguro que gritando de alegría y así encuentran al resto, les cuentan su experiencia, pero sobre todo como, cuando les hablaba el Caminante, el corazón ya no les cabía en el pecho.
Cristo siempre compañía en el camino, Caminante compañero, que empuja cuando las fuerzas nos abandonan, cuando el sentido va desapareciendo y la desilusión nos lleva. Fuerza y energía en todos los desánimos. Caminante que quiere compartir con nosotros su existencia, que quiere partir el pan que es Él mismo. No hay camino oscuro para Él, nada que le impida ir a nuestro lado, hablándonos, ilusionándonos, siendo el sentido de nuestra existencia
Y cuando por fin lo hemos descubierto, cuando hemos visto que es el Señor el que va a nuestro lado, dándose, entregándose por nosotros, comienza todo. Es el momento de, como los caminantes de Emaús, compartir nuestra alegría, gritar que Cristo está vivo, que va a nuestro lado, que nunca hemos estado solos. Es el momento de ser compañeros de camino de todo el que sufre, de todo el que está sumido en la sequía del dolor y la desesperación. Y ser para ellos esa fuerza que hemos recibido de Cristo, ese empuje para seguir adelante, pero llenos de vida, con la alegría de quien ha encontrado el mayor de los sentidos de su existencia, el que lo lleva con la esperanza, más que esperanza convicción, de que somos los llamados a la vida, a la vida eterna, a la vida sin fin que comenzamos nosotros y que hemos de vivir con los hermanos.

Santiago Rodrigo Ruiz

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