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viernes, 8 de julio de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 10 de julio, Décimo Quinto del Tiempo Ordinario

DOMINGO DECIMOQUINTO DE TIEMPO ORDINARIO

Nos pasamos la vida yendo a este o aquel sitio que se ha destacado por apariciones, revelaciones, etc, algo que yo no digo que esté mal, puede ser bueno. Pero es que Dios está siempre a nuestro lado, siempre es prójimo nuestro. Es mirar y verlo, descubrirlo a nuestro lado, saber que siempre nos tiende la mano en el hermano sufriente. Pero nos cuesta tanto descubrirlo.
Yo no digo que seamos como el Epulón del Evangelio. Que nos gastemos el dinero en fiestas y celebraciones (decimos que es nuestro dinero) y le escatimamos al pobre nuestra ayuda. Las migajas de nuestra mesa.
No, no somos tan falsos ni tan crueles. Nos duele el dolor ajeno, ayudamos, somos solidarios. Desde Cáritas lo comprobamos constantemente.
Pero está la pregunta del millón: ¿Vemos a Cristo sufriente en el hermano enfermo, en el hermano abandonado en su dolor? ¿Vemos a Cristo hambriento, en ese niño que se va al colegio sin desayunar, en aquellos que sólo comen una vez al día y no siempre, en los que nos rodean y no sabemos de sus carencias? ¿Vemos a Cristo desnudo y desamparado en el que ha perdido el trabajo y carece de medios, de un techo para él y los suyos, de la dignidad que da el ganarse lo que necesita y que depende de la caridad, cuando esta llega?
Porque son nuestros prójimos, los próximos, los que nos rodean. Hermanos nuestros, de nuestra sangre, porque todos hemos nacido de la Sangre de Cristo, los que nos piden ayuda abandonados en las cunetas de la vida.
Allá a finales del siglo IV, San Juan Crisóstomo, comentando este texto, le decía a sus gentes: “Cuando un pobre se acerca a ti y le niegas la ayuda guardándote el dinero, le estás robando, le estas quitando la parte que Dios puso en el mundo para él y que tú le has usurpado”.
Lo que nos quiere decir hoy el Señor, es que no podemos ir por la vida tan tranquilos, haciendo “caridades”, eso no vale. El Señor quiere que seamos prójimos del hermano que nos necesita. Que no tengamos demasiada prisa en ponernos a rezar, primero seamos “buenos samaritanos” en los caminos del hermano sufriente, que sintamos su dolor, para que nuestra oración suene auténtica, pueda ser aceptada por Dios.
No hay que irse demasiado lejos para buscar al Señor, está tan cerca, tan a nuestro lado que sólo un corazón de piedra puede negarse a verlo.
Porque cuando un niño llora por hambre o por abandono. Esas lágrimas parten del corazón de Cristo. Este no deja de darnos lecciones, porque cada vez que alguien se quita el pan de la mesa y se lo da al hermano hambriento. Es la mano de Cristo. El mejor samaritano, que nunca escatima su amor.
Pero lo más curioso es que cuando somos buenos samaritanos en el camino de la vida, cuando nos acercamos al hermano solo y sufriente, abandonado por los “buenos”. Cuando lo cuidamos y acompañamos en su sufrimiento, somos realmente felices, pero con esa felicidad que no se puede explicar, porque el bien que sale del corazón nos se puede argumentar. Es la dicha de quien sabe que está cumpliendo el papel para el que fue traído al mundo.
Porque lo contrario es frustrar el plan de Dios, pues el nos quiere aquí para el bien, para la santidad más perfecta. Y la muestra de esa santidad es ser prolongación de la mano amorosa de Cristo. Su mano acariciadora y misericordiosa para los abandonados en los caminos de la vida.

Santiago Rodrigo Ruiz

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