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viernes, 1 de julio de 2016

Comentario de D. Santiago alas lecturas del domingo 3 de julio, Décimo Cuarto del Tiempo Ordinario

DOMINGO CATORCE DEL TIEMPO ORDINARIO

El anuncio del Evangelio tiene que ir de un modo inseparable a la paz. Pero no a cualquier paz. No a esa paz que es un intervalo entre guerras. No a esa paz que consiente el hambre, la marginación, la explotación de las personas en todos los aspectos. No a esa paz que mantiene a niños y jóvenes sin esperanza. No a esa paz que divide las personas y los pueblos en dignos e indignos. Si a la paz que hermana desde la solidaridad, la entrega generosa, la eliminación de odios y rencores. Si a la paz que permite a los hombres mirarse a los ojos con confianza y alegría, la alegría de la igualdad en todos los sentidos.
Esa es la paz que siempre anuncia Isaías. El Reino de Dios en el que todas las manos estén tendidas, nadie sea enemigo de nadie, donde la armonía esta basada en la fraternidad y la misericordia.
Y así es como va mandando Jesús a sus discípulos, como mensajeros de la paz, sembrando la paz de Dios en todos aquellos corazones que lo quieran recibir, aquellos corazones que estén abiertos siempre a una luz nueva, aquellos corazones que no ven enemigos por ningún sitio.
Siempre vemos la violencia en aquellos gestos truculentos y espantosos que motivan el sufrimiento físico. Pero ese es el primer paso de la violencia. Porque a partir de ese momento comienzan los rencores y los odios.
Podemos ver la violencia en la miseria económica y cultural, tantas gentes, tantos pueblos a los que se ha esquilmado y se les haya quitado los medios más elementales para una subsistencia física.
También podemos ver la violencia en ese afán de tanta gente de querer imponer su criterio a los demás, de someter a los otros a su dictado, lo compartan o no.
Pero la paz que Jesús va ofreciendo es una paz mayor. Es la paz del que se ha encontrado con su Dios, ha visto donde está la felicidad verdadera y una paz que ni el dinero, ni el poder le van a arrebatar. La paz del que se cruza con la gente viendo a un hermano, en el otro, alguien a quien amar, alguien de quien ha de esperar lo mejor. E incluso, cuando eso no ocurra, no pierde la esperanza y anuncia esa paz. La paz de quien camina por la existencia de la mano de su Hacedor.
Por eso hay tanta gente empeñada en arrancara Dios de la sociedad, de eliminar la influencia de la Iglesia, de descartar la fe en Cristo y todas sus manifestaciones de este mundo. Porque la paz de Cristo hace personas libres, y una persona libre no es manipulable, y eso es muy peligroso para estas gentes que quieren imponer su criterio, su ideología, su dictado. O más aún, dejarnos el alma vacía.
Es la razón por la que todos y cada uno de los cristianos debemos ser evangelizadores y buscando siempre otro más. Porque siempre seremos pocos para anunciar el Reino de Dios, para rescatar al hombre y devolverle su dignidad de hijo de Dios. La paz verdadera, la libertad ilimitada que tiene todo aquel que, desde Cristo, ha encontrado el verdadero camino para llegar al hermano y darle esa paz que lo va a hacer feliz, una paz perfecta, tan perfecta que ni la muerte la va a poder destruir. Y para eso siempre seremos pocos, porque es tan grande y tan inmenso el mensaje de Cristo que siempre nos quedaremos cortos a la hora de explicarlo, a la hora de transmitirlo. Porque siempre seremos pocos los que, con nuestra palabra y nuestra vida, manifestemos la paz de Cristo, la paz que hermana y que llega a los corazones.

Santiago Rodrigo Ruiz

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