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viernes, 18 de julio de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 20 de julio

DECIMOSEXTO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que un grupo estábamos desarrollando un proyecto. Uno del grupo no atinaba ni a la de tres, comenzaba y teníamos que corregirlo, una y otra vez, hasta que uno del grupo dijo: .-Con este hay que tener más paciencia que el Santo Job-. A lo que otro del grupo añadió: .-¿Más paciencia que el Santo Job? Más paciencia que quien hizo al Santo Job-.
Y es verdad, el que hizo al Santo Job tiene una paciencia infinita, nunca se cansa de esperar, siempre aguardando nuestro cambio, nuestra conversión. Siempre esperando a que seamos capaces de distinguir el bien del mal, el camino que nos esclaviza y el camino que nos hace realmente libres, el camino que nos lleva a Dios, al Padre amoroso que no se cansa de esperar.
Estamos en un mundo en que el mal está empeñado en mezclarse con el bien, en enmascararse con el bien, para que no seamos capaces de distinguirlo, para que todos los caminos que se nos ofrecen nos parezcan iguales.
Totalitarismos horribles enmascarados de soluciones democráticas. Economías crueles que se nos muestran como futuro de bienestar. El derecho a matar a los inocentes con la máscara de protección a la salud, es decir, la muerte como alternativa positiva. El culto al cuerpo y el hedonismo como paradigma de la belleza y la salud.
Lo que es lo mismo, el trigo y la cizaña campando juntos y ambos con el mismo valor y con la misma importancia. Las opciones más horrendas a la misma altura de la bondad más sublime. Cristo y su Evangelio a la misma altura de la verborrea del último iluminado de moda. Incluso, en muchas ocasiones la cizaña destaca por encima del trigo, altanera y orgullosa como dice la copla.
Pero Dios espera, no quiere arrasar el sembrado, sabe que llegará el día de la siega y cada uno tendrá su auténtico valor, el mal totalmente desenmascarado, puesto como tal y sus caminos de dolor y esclavitud descubiertos para que el hombre pueda librarse de ellos.
Y Dios, como padre amante, espera no deja de mirar por el camino, por ese camino de vida y libertad que nos acerca a él, para vernos aproximarnos, para abrir sus brazos y fundirnos en ese abrazo que para nosotros es la dicha infinita.
Por eso debemos vivir en tensión, en continuada y santa tensión. Tenemos que mantenernos en alerta para  ir descubriendo la cizaña destructora que puede llegar a rodearnos can careta de bien. Y cuidar con esmero de ese trigo que nos hace felices y libres. Ese trigo que es vivir según el plan de Dios, el plan que nos manifiesta Cristo con su Palabra y con su vida. El trigo que nos acerca al hermano, que nos hace amarlo sólo porque es nuestro hermano. El trigo que hace que nos entreguemos a la tarea del bien común; junto al hermano que sufre hambre, enfermedad, soledad, marginación.
El trigo que es el mismo Cristo sembrado en nuestros corazones, que se hace uno en nuestras personas. El trigo que nos hace no recelar del prójimo, que nos hace ver en el hermano alguien a quien amar y ser amado. El trigo que nos permite esperar del otro todo lo mejor imaginable, porque el otro, como nosotros, también es imagen y semejanza de Dios. Y por eso tenemos que aguardar ese momento de la siega, en el que la cizaña, descubierta y desenmascarada, se siegue y se eche al fuego y Dios pueda recoger esa cosecha de vida, libertad y gozo, para los que fuimos creados.

Santiago Rodrigo Ruiz

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