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viernes, 4 de julio de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 6 de julio

DOMINGO DÉCIMO CUARTO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que fui a visitar a una pareja que habían tenido su primer niño. Cuando llegué la mamá estaba terminando de darle el pecho y lo puso en su cunita y el padre me dijo: .-Es que es un tragón, cuando tiene hambre se pone a protestar, y sea por la mañana, por la noche o de madrugada, todo el mundo arriba porque el mozo quiere comer-. Me lo decía con cara de satisfacción mientras los tres mirábamos al niño embobados. Para ellos su bienestar era la satisfacción de aquel niño y lo demás carecía de importancia.
Durante siglos hemos ido llenando nuestra fe de normas y pecados. A veces se han machacado las conciencias y no pocas los pastores hemos volcado sobre los demás nuestras propias frustraciones y caprichos, haciendo de ellos “norma divina”, cargando sobre la conciencia de la gente unos fardos que a nosotros nos era casi imposible llevar.
Yo no digo que no sean precisas las normas y las reglas, sin ellas sería imposible la convivencia, sin ellas se destruiría la religión, cada uno iría por su lado a ningún sitio, desaparecería la comunidad, la Iglesia. Pero eso, que es preciso, no puede convertirse en un peso que aplaste, sino en un camino de alegría y libertad.
Que maravillosa es la frase de San Felipe Neri: “Sed buenos, sí podéis” Es decir, sed santos que si podéis, sed perfectos que es posible. Y es posible porque el camino no lo andamos solos, porque no somos islas que tenemos que caminar con toda nuestra carga (más la que nos echan) por la vida.
Cristo quiere que nos tomemos nuestra fe en serio. El evangelio es una cosa muy seria, la palabra de Dios no es ningún juguete, la norma de vida que Cristo nos marca es trascendente, vivir en la Iglesia, como miembros del cuerpo de Cristo no es ninguna broma.
Pero todo esto para nosotros es libertad. Yo no puedo ir los domingos a misa porque de lo contrario caigo en pecado mortal, soy expulsado de la comunidad cristiana y si muero así voy de cabeza al más profundo de los infiernos. Yo los domingos, y todas las veces que puedo, voy a misa porque me encuentro con los hermanos, con los que, como yo, han renacido de las aguas del bautismo, con los que comparto el gozo de la esperanza de vida eterna. Voy a misa porque en ese altar Cristo va a hacer el mayor de los milagros imaginable, en ese pan y en ese vino va a estar Él, para mi alimento, para que yo pueda comerlo, para ser uno conmigo. Y eso lo hace porque su amor hacia mi es tan grande, tan infinito, tan maravilloso que no mira mis incongruencias, ni mis pecados, su amor por mi lo borra todo. Siempre que lo miro y suplico su misericordia la vuelca a raudales.
Estar con Él ha de ser nuestra motivación, y del pecado lo único que nos debe doler es que nos alejamos de su persona. No son normas, no son cargas, es puro amor, pura entrega. Saber que en su cruz está incorporada la mía.
Es puro amor, el amor más perfecto imaginable, ya que Él es el amor, donde descansa nuestra alma, donde encontramos la paz. Y en ese amor se concentran todas las normas. En el gozo de amar, un amor que nos libera y nos llena de alegría, porque a quien ama no le es carga sacrificarse por el hermano, como aquella parejita de amigos con su niño. Es un amor de alegría y libertad, lo único que tiene sentido. Por eso le robamos la frase a San Juan de la Cruz: “Y llegada la noche, sólo se te examinará en el amor”.

Santiago Rodrigo Ruiz

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