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jueves, 20 de febrero de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 23 de febrero

SÉPTIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que me había clavado una espina en un dedo, no conseguía sacármela y hurgaba, en esto que una señora que me estaba viendo, cogió un alfiler, lo introdujo junto a la espina, hizo palanca y la sacó. Entonces le dije que me había hecho una herida mayor, ella con una sonrisa me dice: .-Si, pero de carne sana sin nada extraño que te la infecte-. Y así fue, en seguida se me curó el dedo.
El Señor nos habla de amor a los enemigos, el sabe que a los enemigos nunca se les ama, porque en el momento que comenzamos a amarlos, dejan de ser enemigos, se convierten en hermanos.
Reconozco que, en la mayoría de las ocasiones es doloroso dejar de lado las ofensas y las heridas recibidas, porque suele ser un dolor fuerte. Pero es que eso, como la espina de mi dedo, si lo dejamos lo infecta todo y destruye lo sano y no queda nada amable en nuestro corazón.
La primer palabra de Jesús en la cruz fue de perdón y de misericordia, Él sabía que el hombre seguía siendo amado de Dios, y el hombre tenía que saberlo también, tenía que saberse amado de Dios. Que esa sangre que empapaba el suelo era la redención más perfecta, el amor insuperable. No era sólo perdón, era amor, un amor que no había cesado en ningún momento para nosotros.
La segunda palabra fue darnos a su Madre para que fuera nuestra. Nos había dado su vida y ahora nos daba la ternura mayor de su alma. Y María tuvo que arrancarse la espada que le traspasaba el alma y dedicarle a su hijo la mayor de las sonrisas para que supiera que esa ternura de Madre se extendía por todos los hombres de la historia.
Amar a los enemigos para que dejen de serlo, orar por los que nos persiguen para que a ellos tampoco les falte la misericordia y el perdón, para que el hilo de amor que aún los une con el Padre no se rompa. Amor y misericordia son inseparables, amor y perdón son una misma cosa, reconciliación y generosidad siempre caminan juntos. Y cuando uno de ellos falta, el otro no existe.
Un alma grande es cuando es pobre. Pero pobre de odios, pobre de rencores, pobre de egoísmos, pobre de desprecios. Entonces es inmensamente rica, porque ha atesorado dentro de ella el amor divino que no tiene espacio para las sombras.
Una de esas frases que se leen en algún sitio, no se si en un libro de sentencias o en almanaque zaragozano. Pero dice que si te vengas del mal recibido, gozas un instante, pero si perdonas de corazón eres feliz eternamente, porque si el perdón de los pecados es exclusivo de Dios, ser capaz de perdonar es ponerte con Él, a su lado, a su altura, donde te quiere ver.
Recuerdo a una señora muy anciana que me contaba como, en la guerra civil,  habían matado a su hijo sacerdote y cuando su padre y su hermano quisieron defenderlo también los mataron. Le pregunté si guardaba rencor, pero ella con una gran sonrisa me dijo: .-Eso hubiera querido el diablo, pero no le ha salido. Cada noche rezo por todos, pero por todos, para que Dios los haya perdonado y estén todos en el cielo. Y el día que me toque llegar allí encontrármelos a todos juntos. ¿Se imagina usted, padre, la alegría cuando llegue al cielo y me los encuentre a todos juntos, y yo los pueda abrazar como si todos fuesen hijos míos-. No le pude contestar porque se me había secado la boca.

Santiago Rodrigo Ruiz

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