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jueves, 13 de febrero de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 16 de enero

SEXTO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que, estando en un grupo, alguien preguntó la diferencia entre acto de contrición y de atrición. Enseguida le respondieron que el acto de atrición era por temor y el de contrición era por amor. Cuando de pequeño recitaba los mandamientos, que lo hacíamos cantando, terminábamos con una cantinela: .-Y estos dos mandamientos se concentran en dos, amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo-.
Es la gran diferencia en la convivencia social. Puede haber una armonía perfecta con leyes muy claras y una policía que obliga el cumplimiento de las mismas. O puede haber otro tipo de armonía, en la que los miembros de grupo social son conscientes de los derechos del otro y cumplen esas normas, no por miedo al castigo policial, sino por una conciencia clara de que el otro tiene derecho a vivir y a que se le deje vivir, que tengo derecho a reclamar respeto, en cuanto yo respeto a los demás, que soy amado porque amo y en ese amor se desarrolla la convivencia, la armonía fraterna que nos permite crecer como personas, porque lo hacemos desde la justicia y la libertad, ambas inseparables.
Jesús, si nos damos cuenta, no cambia la ley, sino que la completa y la perfecciona, le da la cara humana que tuvo en el primer momento, cuando Dios se la dictó a Moisés.
Es coger el espíritu de la ley, la parte más íntima que sale del corazón de Dios, que no regaló una norma, no para dominarnos a nosotros, sino para que aprendiéramos a amarnos.
Son muchas las ocasiones en las que Jesús les echa en cara a los maestros de la ley, su hipocresía y su falsedad. Como habían retorcido la ley para que, sin cambiarle el texto, sólo dijera lo que ellos querían, lo que los beneficiaba, lo que les permitía mantener sus privilegios y poder estar por encima de los demás y dominarlos.
Jesús dice: “Habéis oído que se dijo… pues yo os digo”. Mantiene el texto y lo completa desde su ley de amor, desde su norma de fraternidad y de misericordia. Él sabe que si lo que manda no es el corazón, la sola razón y el legalismo van a destruir a la persona, por eso insiste una y otra vez que sólo la misericordia va a ser capaz de eliminar barreras sin destruir nada más que el pecado, sin eliminar nada más que el egoísmo. Porque el otro camino, el de imponer a los demás la letra pura de la ley, someterlos con la letra de la ley, destruirá a todos sin ayudar a nadie a levantarse.
Por eso ser cristiano es bastante más que hacer oraciones y celebrar sacramentos. Hoy se ha perdido esa conciencia moral que da sentido a la convivencia. El amor fraterno es el único vehículo que nos puede ayudar a estar en la vida, pero desde el amor y la misericordia. Por eso no tiene sentido esa oración que es fría liturgia. Lo primero es limpiar el corazón de todo tipo de odios, rencores y resentimientos. Eliminar todas las barreras que nos separan del hermano.
Nuestra oración ha de llegar a Dios pura, porque primero hemos “hecho sábado” en el alma, la hemos limpiado de las telarañas de desamor que la ensucian y afean, para poder acercarnos al altar acompañados del hermano, con el que compartimos nuestra fraternidad y esa misericordia que recibimos con gozo de Dios a manos llenas.

Santiago Rodrigo Ruiz

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