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viernes, 5 de julio de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 7 de julio

DOMINGO CATORCE DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que a un sobrino le había puesto un trabajo en el instituto sobre la paz, me preguntó qué pensaba yo que era la paz. Le dije que siempre se ha dicho que la paz es el periodo que media entre dos guerras. Se me quedó mirando y me dijo que no podía ser sólo eso. Entonces le dije que la paz es que dos personas se miren sin odio, sin envidia, sin rencor. Y para eso esa paz debía ir precedida de la justicia. El que un niño muera de hambre, una persona no tenga un futuro, o una mujer tenga que venderse para poder comer, es más violento que diez mil cañonazos.
Esa es la paz que siempre anuncia Isaías. El Reino de Dios en el que todas las manos estén tendidas, nadie sea enemigo de nadie, donde la armonía está basada en la fraternidad y la misericordia.
Y así es como va mandando Jesús a sus discípulos, como mensajeros de la paz, sembrando la paz de Dios en todos aquellos corazones que lo quieran recibir, aquellos corazones que estén abiertos siempre a una luz nueva, aquellos corazones que no ven enemigos por ningún sitio.
Siempre vemos la violencia en aquellos gestos truculentos y espantosos que motivan el sufrimiento físico. Pero ese es el primer paso de la violencia. Porque a partir de ese momento comienzan los rencores y los odios.
Podemos ver la violencia en la miseria económica y cultural, tantas gentes, tantos pueblos a los que se ha esquilmado y se les ha quitado los medios más elementales para una subsistencia física.
También podemos ver la violencia en ese afán de tanta gente de querer imponer su criterio a los demás, de someter a los otros a su dictado, lo compartan o no.
Pero la paz que Jesús va ofreciendo es una paz mayor. Es la paz del que se ha encontrado con su Dios, ha visto donde está la felicidad verdadera y una paz que ni el dinero, ni el poder le van a arrebatar. La paz del que se cruza con la gente viendo a un hermano en el otro, alguien a quien amar, alguien de quien ha de esperar lo mejor. E incluso, cuando eso no ocurra, no pierde la esperanza y anuncia esa paz. La paz de quien camina por la existencia de la mano de su Hacedor.
Por eso hay tanta gente empeñada en arrancar a Dios de la sociedad, de eliminar la influencia de la Iglesia, de descartar la fe en Cristo y todas sus manifestaciones de este mundo. Porque la paz de Cristo hace personas libres, y una persona libre no es manipulable, y eso es muy peligroso para estas gentes que quieren imponer su criterio, su ideología, su dictado. O más aún, dejarnos el alma vacía.
Es la razón por la que todos y cada uno de los cristianos debemos ser evangelizadores y buscar siempre otro más. Porque siempre seremos pocos para anunciar el Reino de Dios, para rescatar al hombre y devolverle su dignidad de hijo de Dios. La paz verdadera, la libertad ilimitada que tiene todo aquel que, desde Cristo, ha encontrado el verdadero camino para llegar al hermano y darle esa paz que lo va a hacer feliz, una paz perfecta, tan perfecta que ni la muerte la va a poder destruir.


Santiago Rodrigo Ruiz

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