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viernes, 16 de septiembre de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 18 de septiembre, Vigésimo Quinto del Tiempo Ordinario

DOMINGO VEINTICINCO DEL TIEMPO ORDINARIO

Jesús nos ha estado hablando de ir ligeros de carga para poder entrar por la puerta estrecha. Pero es realista, sabe de nuestras debilidades y, no pocas ocasiones, de nuestra desfachatez a la hora de acercarnos a Él.
Estamos en un momento que al sagaz, al astuto en los negocios se le admira y casi se disimula el modo de ir triunfando por la vida, tantas veces la falta de escrúpulos para conseguir el fin que se proponen.
Jesús ironiza, aunque admira la astucia del mayordomo que falsifica la contabilidad de su amo, con lo que es el dinero injusto, e incluso deja caer que a ese dinero se le puede dar un buen fin.
Pero tiene muy claro lo que son las riquezas, el modo de esclavizar a la gente, el modo en que se llega a justificar el lujo y los caprichos absurdos, que los vemos como necesarios (esta casa, este coche, este viaje, estas vacaciones, etc.), como un derecho, porque “lo hemos sudado”.
Y lo bueno es que nos dirigimos a Dios, rezamos, participamos en el culto, sin ceder en nada ni para. Es la astucia de los hijos del mundo, de aquellos que se han dejado en las manos del “otro” que hace ver esa situación como un logro moral y humano, el premio a nuestra lucha, a nuestras capacidades.
Pero no nos hace ver lo que se podía lograr poniendo esas capacidades, esa lucha, para que el Reino de Dios, el reino de la justicia, se vaya estableciendo en el mundo.
Y no es cuestión de pasar nosotros necesidades, eso es algo que Jesús no nos pide, es de saber luchar, esa lucha en el logro de un mundo fraterno, de una sociedad de hermandad.
Es el momento en el que nos recuerda nuestras infidelidades, nuestras incongruencias, el no entender ni desenmascarar las intenciones del demonio que nos va atando y esclavizando poco a poco. Que va impermeabilizando el alma de tal modo que ya no la pueda calar ningún tipo de ternura, que no pueda captar el sufrimiento del hermano que nos necesita.
Un alma impermeable que se convence que está al servicio del Señor y sólo está al servicio de sí misma. Por eso es preciso saber donde estamos, a quien servimos, dónde y para qué estamos volcando nuestro esfuerzo, cuales son los frutos, quien es el benefactor definitivo de esa lucha, de ese esfuerzo.
Si miramos a nuestro lado y vemos a los más sencillos, a los más necesitados sonriendo, alegres de nuestra presencia, nos vemos uno más con ellos. Estaremos en el bando del Señor.
Pero si nos rodeamos de “los nuestros”, los que son como nosotros, los triunfadores. Si nos vemos felices y satisfechos y miramos nuestros logros con satisfacción. Si dormimos felices en nuestra buena cama, de nuestra buena casa, con nuestras buenas cosas…
Porque el mundo no es así. No es nuestras casas, nuestras cosas, nuestras comodidades. El mundo está esperando que se establezca el Reino de Dios. Un reino de justicia, de igualdad y de paz. Un mundo en el que la economía no sea el motor de todo, la que todo lo mantenga y la que todo tenga un valor material. Sino un mundo en el que prive el corazón de las gentes, en el que lo importante sea la vida, pero no una vida cualquiera, sino la vida compartida con el hermano según Cristo.

Santiago Rodrigo Ruiz

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